sábado, 26 de octubre de 2024

Volvemos al blog o qué??

No hacen falta grandes profundidades para escribir de nuevo, solo y nada menos que sentarse y darle a la tecla. Ayer, el ayer de hace tres semanas, sin ir más lejos, anduve por los madriles sin más excusa que gastar dos días y cambiar de aires con mai guaif. Un billete de compañía barata, el hotel de siempre por Tetuan y ganas de andar a pesar de una microrrotura de fibras que me atosiga desde que hace una semana me dio por regresar al deporte del trote cochinero con infaustos resultados.

La gente de provincias imaginamos una vida excepcional por esas calles capitalinas de monopoly sin darnos cuenta de que la vida suele ser igual en todas partes convertida en rutina y que solo se hace especial cuando la recreas con emociones y vivencias para recordar. "Vivir consiste en construir futuros recuerdos" decía con razón Sábato en El tunel. 

De esta excursión tardoestival (o quizás preotoñal) me llevo un desayuno sentado al sol de media mañana y dos carajillos de trasnoche en el Libertad 8, templo de cantautores con pintas de bar universitario en donde dicen haber actuado lo más selecto de la música de guitarrica y mensaje intenso. Ya sabéis mi proclividad por estas coplillas, así que me hizo mucha ilusión subir al escenario donde se iniciaron Drexler, Ismael y otros varios. (Lamento desilusionaros si me habéis imaginado tarareando a Jara y aclamado por masas de sobrinos de joan baez, solo subí a cargar mi movil en una regleta del escenario y ya que estaba allí pedí permiso para hacerme tres fotos mientras prometedores trovadores entonaban canciones de regalo en las mesas colindantes).

También nos hicimos los culturetas visitando un museo que no conocíamos (Lázaro Galdiano) y yendo al teatro a una obra que nos recomendó la egregia Molinos: El nadador de aguas abiertas, que por cierto nos gustó mucho. Comimos callos, (bueno comí), compramos libros en la cuesta Mollano (bueno compré) y paseamos (los dos) por calles estrechas del Madrid viejo para llegar al bar donde hace casi treinta años, con la misma compañera y miaja más jóvenes, aterrizaba mis sueños judicantes en el suelo tras innumerables botellas de sidra escanciando desilusiones. Veintitantos años después, seguimos cambiando de estación abrazados en este trasiego de ir viviendo con transbordo en Sol.

A mi me gustan los barrios, sean de la ciudad que sean, no entiendo el unifamiliar en las afueras. El ruido de persianas que suben y bajan; la conversación con el vecino, la mirada a la mama del parque, el perro meón y el niño que jode con la patineta cada tres minutos. Me gusta callejear por ciudades respirando relajado lo cotidiano. Hoy me decía un amigo laboral que si tuviera más ambición llegaría a no sé donde, le he contestado que realmente tengo ambición, pero mi ambición es poderme sentar en la playa fría de noviembre a ver el mar, marcharme a mi rincón perdido del pirineo a ver el otoño amarillear y andar callejeando en esta ciudad gusanera que de vez en cuando pinta los cielos de naranja mientras veo y discuto en el futbol con mis adolescentes.