jueves, 8 de octubre de 2015

Escribir en lápiz



Escribir en lápiz, es convertir ideas pretenciosas en efímeras y dependientes. Todo pierde su enjundia al escribirlo en lápiz. Yo al menos lo veo como si en cada línea se sintiera la amenaza de ser borrado en cualquier momento y cada lista pudiera recibir la orden de renumerarse hasta volver a ser un número impar.
Hace mucho que escribo en lápiz, tengo distintos portaminas que guardo con cariño y afecto hasta que el vértigo del día a día les hace caer de punta y morir para siempre. Ese día rabio como un perro, pero como los amores efímeros el dolor decae con el siguiente enamoramiento.
Escribir en lápiz aminora la culpa de desvirgar libros con subrayados y ladillos. “Bueno vale, sé que estoy mancillando tu limpieza con mis rayas pero solo un poquito, sólo por ahora, la puntita nada más, si eso ya vuelvo luego y las quito.” pero por supuesto nunca se quitan, y el significado se va diluyendo en claridad hasta que resultan casi ilegibles con el tiempo.
Hacer fotocopias de un esquema en lápiz requiere presteza y diligencia. No basta con darle al botón verde y ¡hala! que el automático reproduzca en mil tus estrujamientos de magín. La fotocopia de un folio en lápiz tiene algo de artesanía, si es demasiado fuerte se embarra el folio, si es demasiado claro se hace imperceptible, y es por eso que requiere el punto exacto de luz y de contraste.
El lápiz impide la firma, desoficializa el garabato y queda un esbozo de subsecretario sin corbata. La firma en lápiz es menos firma, pero para mi, sin embargo, significa la verdad de reconocerla como mía. “Disculpe me presta su boli, es que yo solo tengo lápiz” dices a la vecina alardeando de una rareza fingida. Otras veces, por contra, la guapa muchacha de al lado te lo pide para cumplimentar formularios y tu se lo prestas solícito; la miras de reojo, la ves vaga y torpe, de pronto ella te mira de soslayo insatisfecha como si hubieras tenido un gatillazo en la primera cita ¿Pero a donde vas con ese aparato inútil? parece decirte. Y tú alzas la cabeza digna, “muñeca no sabes lo que te pierdes por no esforzarte”.
Tengo amores (digo lápices) que recuerdo de manera indeleble como el staedtler 925 25 07, duró mucho tiempo a mi lado y cuando se perdía buscaba otro igual o similar como quien busca una chica igual a la novia que te ha dejado plantado. Era pesado, de cintura rugosa y lo sentías en la mano como esas mujeres rotundas de caderas anfitrionas y tetas envolventes que te estrujan la noche como si no fuera a quedar luna.
Ahora sin embargo estoy enganchado a un Faber Castell pijo y liviano de casa bien. A penas se siente cuando lo abrazas, como si escribiera susurrando. Ya sé que estáis pensando que escribir con él es escribir en lánguido, pero no es así. Es… ¿cómo os diría? como abrazar a Cristina Rosenvinge después de que hubiera mandado a la mierda a Ray Loriga. Vale, bien, igual quedo intenso, pero no me negareis que el símil es tentador.
La gente que me quiere me regala portaminas de todo tipo: mis hijos, mi mujer saben que si estoy de luto por la muerte súbita de mi escribidor, lo mejor que pueden hacer es enjuagar mis lágrimas con uno nuevo brillante y reluciente que se convierta de nuevo en mi escudero. Lo llevo de habitual junto al corazón, jodiendo camisas y taladrando los bolsillos de la americana hasta hacer un agujero que comunique mi apariencia de caravista con la entretela de falsedad de mis interiores… pero bueno amigos para saber a dónde conducen los agujeros de los bolsillos haría falta otro relato y ahora tengo sueño. Ante cualquier duda ya sabeis, escribidme un comentario… a poder ser en lápiz.