domingo, 10 de marzo de 2024

Montero Glez "La vida secreta de Roberto Bolaño" Opinión y crítica

 

Los libros de Montero Glez como los buenos polvos piden volver a empezar en un segundo intento nada más acabar. Un segundo intento sin premura y sin ni siquiera tener la certeza de poder terminar, ¿para que vamos a ir con fantasmadas? Recrearse en el placer sin prisa y sin objetivo, detenerse en los detalles que la pasión inicial nos hizo pasar por encima. El embeleso de lo actual convertido en incierto; recrearnos en la lectura pura sin tiempo ni contratiempo argumental que despiste.

Juan Manuel de Prada tiene un libro recopilatorio reciente que me he leído y me ha gustado bastante que se titula “Tipos raros como yo” en su primera parte (la mejor porque luego decae mucho)  repasa escritores bohemios de principio de siglo en Madrid. La vida secreta de Roberto Bolaño es también un poco eso: tipos raros como él, como Montero Glez y otros como los que no quiere ser. Autores inventados, mejor dicho, autores reales invitados a formar parte de los cuentos que se relatan en una noche de borrachera larga con viento de poniente. Qué más da lo cierto o lo incierto si está tan bien contado. Metaliteratura en carne viva. Borroughs, Kerouac, Vila Matas o el empalagoso de Bolaño como protagonistas. Suprimir fronteras, abreviar el estrecho entre autores y personajes, como si entre Tanger y Tarifa no hubiera mar.

Montero Glez escribe un libro de literatura a través de cinco relatos, todos distintos todos enlazados, con el amor a la escritura y a la lectura como punto de encuentro. La vida de autores, pintores, cantantes de madrugada en el Madrid de los noventa. Montero disimula poco entre los que le caen mal y los que le caen bien. Marías, Bolaño, Vila Matas son de otro equipo; incluso Cercas y Reverte (Marsé es del suyo, claro, como lo es del mío). No penséis en agresiones, pensad en digresiones malvadas al hilo del cuento. “A Bolaño le faltaba el calambre de la metáfora”; “Marías escribía mucho para no contar algo”… ¿adivinad quien dice que es el hijo bastardo de Hemingway? Me parto. No es obligatorio coincidir con don Roberto para leer este libro con entusiasmo, hacedme caso. A mi Fiesta, por ejemplo, me encanta y a él parece que no.

A este libro se puede llegar por dos caminos: teniendo una base de cultura literaria, artística e incluso política ochentera bestial, que no es mi caso; o como he hecho yo, para qué engañaros, tras hacer una lectura inicial sin paradas, acometer una segunda lectura Wikipedia en mano. Montero Glez nunca escribe sin porqué, nunca inventa sin vivencia, otra cosa es que luego se recree en la tendencia hacia sus lugares comunes: el Madrid post transición, tan lejos de los reyes del pollo frito y tan cerca de los ceesepes, Garcia Alix, Ouka Leele y demás “tipos raros” que ya conocimos en “La imagen secreta”; en fin, la cara B de la movida promovida por el ayuntamiento; la cultura en los márgenes que no es lo mismo que la cultura marginal. Decía que regresa a sus lugares comunes en el sur del sur. “La vida secreta de Roberto Bolaño” nos miente desde el primer momento; bueno antes, porque nos miente desde el título y nos reencuentra con viejos conocidos sureños como el cuentista Luisardo en Cuando la noche obliga convertido en Chukri esta vez en Tanger en lugar de en Tarifa.

Es un libro iconoclasta, contra todo autor convertido en mito a fuerza de babelizarlo. Es un libro de libros que al mismo tiempo se separa de esos autores que hacen de su vida un libro o lo que es peor de sus novelas manuales ficticios de literatura. Hay libros que nacen minoritarios y este es uno de ellos. Nos dice Montero que “nunca quise ser escritor, tan solo quise escribir”. De eso va este libro de la pasión por escribir sin la etiqueta sobrevalorada de ser escritor. Un poco lo que os contaba en este post de hace años.

jueves, 29 de febrero de 2024

Añorar la rutina fria de otros febreros

Los inviernos ya no tienen febreros

se hacen bisiestos,

como si  una enfermedad sin nombre

atenazara los años.

Cuesta respirar y las toses congestionan

los autobuses urbanos

mientras las personas bajan sus cabezas sumisas

a las aspas del guasap.

Cada mañana se parece a la anterior

en una rutina perezosa y cómoda

y es que,

conforme avanzan los años 

se aprecia más el valor de lo mismo

y la añoranza de los días iguales.