Hay
gente muy estruendosa ganando, de esos que cuando ganan sienten la
irrefrenable vocación de humillar al derrotado, la necesidad imperiosa
de gritarlo a los cuatro vientos e ir al burdel y decir eso de que "está
to pagao". Otros por
contra pierden muy mal y esto es todavía mas maloliente; esa gente que
ha confiado su ser a la impostura, su persona al personaje y su
prestigio a la tarjeta. Claro, estas gentes cuando se derrumba la tramoya se ven desnudos ante el escenario, tan desnudos como eran de
veras, y no pueden dejar de alegar conjuras e injusticias que presten
causa a sus imprevistas desdichas.
Pero
los unos y los otros son lo mismo, esclavos de la hipérbole; falsos
poetas que confunden el tropo con la mentira y la recreación de sus
vidas que les han contado a sus mascotas con el reporte de un ladrido aquiescente, con la realidad de sus harapos remendados presentados al
mundo como ropajes de gala. "Que no te lleve la contraria no significa
que te dé la razón" que decía mi tío el libanés. Y estas gentes han
tenido tan poca contradicción que han terminado creyéndose su propia
representación.
Decía al
principio que hay gente estruendosa en la victoria y en mi opinión
coinciden, mira que cosas, con los otros, con los que no saben perder.
Suelen coincidir con el sobrino del dueño del bar que invita a sus
amigos como si fuera suyo, que encandila a las niñas memas monas
aparentando que le pertenece lo que ni siquiera es prestado y que les
lleva al reservado alardeando que les van a poner la canción que quieran
porque conoce al disc jockey.
Mi
consabida convivencia desde mis tiempos púberes con pudientes de los de
verdad me ha otorgado la valiosa habilidad de ser sexador de
impostores. Los veo llegar. Veo de lejos el neón excesivo y la gramática
de oropel, detecto la patada al diccionario en su discurso releído,
ahora retocado por la IA y la tontuna no, "lo siguiente" que llena de
choped su precocinado plato de foie.
Los
que somos perdedores natos, y mayordomos por vocación, estamos
acostumbrados a la desdicha y que las escasas veces que la fortuna nos
alumbra lo consideremos un brillar efímero que hay que aprovechar. No
confundimos nuestra ropa limpia de saldo con la sastrería fina de
nuestros señoritos, ni nuestra colonia de gilca con caras esencias
parisinas difíciles de encontrar. (esto del gilca es un guiño a las
gentes de mi pueblo). Lo más importante como dice
mi amigo Nacho es "no darse demasiada importancia", saber diferenciar (y
disfrutar) el polvo de la paja (aunque estas últimas hagan su papel);
saber que en esta montaña rusa del sobrevivir tan pronto subes como
bajas y lo imprevisto suele convertirse en normalidad con demasiada
frecuencia.
Tener la amabilidad como religión y
huir de la hijoputez como de la quema sin tener siquiera la tentación
lejana de hacerle frente. No os afiliéis, no os alistéis a guerrillas comunistas lideradas por caudillos derechones que
utilizan tu idealismo y tu audacia en su provecho. No profeséis
religiones en las que os engatusen con utopías para esconderos presentes
sumisos. Sed buenos y escribid mucho porque escribir es el estropajo
que limpia la herrumbre de la desidia.
Queridos hermanos en la verdad de mi egocentrismo petulante, oes dejo y me quito, pues,
el alzacuellos y me encajo mi camiseta zaragocista para acudir a nuestro
cadalso futbolero de quitaipon.
Los de mi pueblo disfrutad de las
fiestas, bebercios y charangas (que por cierto cada vez son mejores)
pero no olvidéis que tras el Pilar vendrá un breve otoño y un invierno
frio y brumoso como un febrero sin pareja.
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