Luis García Montero renuncia a las metáforas para expresar su tristeza, prefiere recortes de vida en común en esos últimos días en los que la intensidad se acumula en cada vivencia para subrayarla y retenerla en los matices con billete de regreso a espacios ya imposibles. El paseo mirando el mar, la imagen que devuelve el espejo, las madrugadas de trasiego desbordadas de insomnio, la regurgitación de años de convivencia. Y sobre todo el silencio, el silencio que habla a raudales cuando se ha vivido tanto en común que se presiente al otro con solo mirarlo y saberlo. La enfermedad que todo lo mordisquea para dejarlo raido.
Duele cuando en “Los cuidados” describe como los ruidos cotidianos ahora se traducen a otro idioma de inquietud y desasosiego. ¿Cómo puede el mundo seguir corriendo? llegar guasaps de risas, hacer listas de la compra, el suspenso en religión del niño y la reunión de dirección del martes (digo del lunes con secreto) cuando sientes que todo se para y se debiera parar como en el precioso poema de Auden para contemplar tu sentimiento de dolor. (Me acuerdo de Savater en La peor parte).
La enfermedad de la persona
querida en su tramo final que hace asomarte al otro lado de la nube donde todo
es gris y agua; que ve al avión por la noche como un almacén de cadáveres, (muchas
veces he masticado esa imagen porque no hay nada más deshumano que
un avión de noche con despojos de seres dormidos arrojados y alejados de la
vida y de la tierra). “Que todo esté en su sitio es el mayor desorden que pueda
imaginarse”
Una forma distinta de estar vivo a partir de ahora; y luego el vacío, un vacío lleno de recuerdos, “supongo que este modo de sentirse definitivamente hundido es una forma mia de estar enamorado”. Cuando ya ha pasado el momento de la muerte el problema es la convivencia con la ausencia, yo soy yo y nuestros futuros pendientes; yo soy yo y el largo espacio en el que tú no estás. Un dialogo que de repente se convierte en monólogo y una silla vacia. Qué bien lo describe don Luis en “animal doméstico” y la muerte desnuda de metáforas, seca en su soledad, sin cielos ni supersticiones. ¿Qué mierda es el cielo si no estás tú? “vengo de vomitar una tarde de whisky”.
Y cuando esperas que el mundo se vaya de tu lado y lo cotidiano sean pecios del pasado, te llama la secretaria del notario para repartir legados, te escribe tu jefe dándote el pésame pero diciéndote que te echa de menos, y el señor de Vodafone preguntándote por qué no te cambias de compañía tu que estas en la absoluta soledad.
Tras la enfermedad y la muerte, la tercera parte empieza con una frase de Margarit, el orfebre de la tristeza, dando paso al poema Un año y tres meses como título y epitafio de 25 poemas de lágrimas encuadernadas que te afectan incluso para los que nunca nos ha gustado en demasía Almudena.
Pero, es que yo no soy objetivo, a mí de García Montero me
gusta todo menos sus politiqueces. Si soy sincero, este no me parece su mejor libro, a veces pierde el tono habitual de frase trabajada pero la carga de sentimiento compensa con mucho las arritmias de sus versos. A partir de La intimidad de la serpiente García Montero se ha quedado cansado (no solo en la vista) que no agotado pero es que debe ser muy pesado verse siempre requerido de la frase perfecta. A Montero hay que leerle tambien la prosa (Una forma de resistencia por ejemplo) porque allí la genialidad salta de pronto sin serle tan esperada como en la concreción de los poemas