Cass era la chica más guapa de la ciudad. A mi, aquella morena de pelo negro y liso de la última fila me enganchó nada más verla, fue quizás porque me recordaba a una francesa de mis días de camping que atrapaba con su silencio y su insultante delgadez nuestras lúbricas miradas adolescentes. Cass era la chica más guapa de la ciudad, un cuento de Bukowski que alguien puso de moda en esta tierra gusanera tan proclive a apuntarse a modas de quita y pon y nos lo vendió como lo más de lo más: el más duro, el más sucio, el mejor escrito, aprovechándose de que todavía no habíamos visto acuchillar con palabras a Vallejo o a Montero Glez y ni nos sonaba Ray Pollock traducido en sucio a las mil maravillas por Calvo
Entré en clase de Derecho por primera vez, sería octubre del 88 y como os decía, aquella morena de pelo liso y pechos sin sostén, me aguantó la mirada con esa languidez que solo tienen las niñas tontas o aquellas que aprovechan su fingida idiotez para llevarte al catre al menor descuido. Por entonces no sabía en qué grupo se encontraba ella. Si que sé en el que me encontraba yo: en el de los palurdos recien desvirgados capaces de polucionar un cuento con solo una mirada..
Fue también octubre, pero de 2000, cuando llamaron al Agente Joaquín, el de mis cuentos, para ayudar a levantar un cadáver a dos pasos de donde yo había hecho la prestación. Joaquín cuando me lo contó no manifestó ningún respeto por Mauricio Aznar, uno de los más grandes músicos que se hayan visto a este lado del canal:¿se drogaba no?. Y es que Joaquín por entonces era un genio simplificando y todavía creía en el amor, bueno en su manera de verlo, es decir puro sexo de peli porno, correrse en las tetas, cachetadas en las nalgas, pero sin embargo despreciaba los polvos asquerosos que nos vendían como narrativa hardcore con el puto Chinaski en Factotum. Joaquín, empezaba a ser, el policía duro que les robó todas las lágrimas a los amigos de Cass. Pero él no lo sabía, porque esa literatura y esa música eran para él, cosa de pijos universitarios.
Cuando me contó lo del muerto y supe que era Mauricio Aznar yo no pude evitar que se me escapara un suspiro al recordar aquel otro octubre del 89 cuando Más Birras tocó en las fiestas del pilar uno de los conciertos más grandiosos y memorables que yo haya escuchado nunca. (El sol ya no se pone en las montañas de Luisiana y a mi que y a nosotros qué). Y es aquí donde confluyen estas dos historias, porque a aquel concierto fui con aquella chica de pelo liso y mirada india de mi clase que me hacía emular a Codesal poco antes de que lo matara el moro debajo de la higuera.
Luego sigo con lo del concierto, pero dejadme ahora contaros más cosas de Más Birras. Mauricio Aznar fue un músico grande que quizá se lo comiera su independencia en el saso donde los mastines aúllan soledad y es que a la gente no le gusta que uno tenga su propia fe. Yo lo escuche varias veces cerca, tan cerca como compartir mesa, no sé si fue en el bar de derecho o en el de la facultad de veterinaria; por entonces no eran ya Más birras sino Almagato y tocaba una especie de tango rasgado y extraño con vientos de prosa que a mi, para que os voy a mentir, me gustaba tirando a poco.
Siempre me imaginaba a Cass, la Cass nuestra, la que se reía como un sábado, a mi lado, era un sueño recurrente y no pocas veces anduve por bares de madrugada buscándola. Entendedme, me refiero a la Cass de Mauricio no a la de Bukowski, la Cass de Bukowski es la típica guapa intensa y guarra que se lo hace con feos para jugar con ventaja; la Cass de Mauricio, sin embargo, es la chica autodidacta e independiente con la que sueñan todos los del grupo sin poder alcanzarla. La Cass de Bukowski se mata de egocentrismo, a la de Mauricio se la llevó por delante un Chevrolet y un repartidor de cocacolas cuando todavía le quedaban muchos pasos que dar sobre la nieve.
Anduve todo el año currándome a la chica de clase, a veces la llevaba a casa en mi coche viejo, otras tomábamos una cerveza a la salida, alguna vez coincidíamos en la piscina. Para mi era la chica más guapa de la ciudad. Yo por aquel entonces no estaba mal del todo y mientras iba tonteando con otras, no podía creerme enganchado cada día más y más a la panfilez sutil de ella, un año entero, todo un año hasta que aquel Pilar la invité al concierto de Más Birras con fines obvios y poco disimulados, ella aceptó con un flácido “vale”.
Al entrar salude a un buen amigo que andaba con una pierdemedias de dudosa reputación compensando a una novia que le acababa de dejar por un poli local.
Yo que de natural no me entero de la misa la media, recuerdo aquel concierto con la certeza del triunfo, con la euforia de aplazar lo seguro y sobre todo disfrutando de aquellos versos grandes y profundos de mi grupo favorito. Sude mucho, bebi muchisimo y quizá alguien me pasara algún canuto mal liado, la cuestión es que cuando tocaron Cass ella se cobijo en mi, y escuchamos pegados aquella canción que habíamos puesto cien veces en el casette de mi coche. Nos miramos muy cerca preludiando el fin de la espera. Y cuando Mauricio decía aquello de pobre Cass tenia que morir como una diosa nuestra, vi a mi amigo solo y lloroso acodado en la barra y supe de golpe que aquella chica que tenía a dos dedos de mi boca, la chica más guapa de la ciudad, la más joven de cinco hermanas, la chica de pelo negro, largo y sedoso y que seguro que follaría como una serpiente salvaje nunca sería la cass a la que yo mandaría violetas. Espérame un momento, le dije, ahora vuelvo.
¿Qué pasa tio, salude a mi amigo, nos vamos a la otra barra, te invito a unos litros?
No me volvió a hablar. se llamaba cass y era probablemente la chica más guapa de la ciudad.
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Otro cuento mio sobre Cass