Aquella noche, el agente Joaquín dejo su traje de poli colgado, su mirada en la recamara y su rencor en la puerta. La empentó por detrás como solo se empenta a las mujeres a las que no quieres verles la cara y cuando la inspectora empezó a gritar, digo yo que de placer, le endilgó sendas cachetadas en las nalgas, crueles e injustas como una declaración de hacienda.
La inspectora G. Trujillo era angosta y malcarada, tenía un cuerpo templado e inhóspito pero con los relieves precisos que engatusan a los jóvenes pajilleros y a los señores de cierta edad. Era temida, casi tanto como famosa, por girar inspección habitual a pequeños empresarios y revisar con lupa declaraciones trimestrales de tenderos con aspiraciones de gran almacén. Es decir lo justo para salvar sus posaderas, joder la vida a los pequeños y lo suficientemente cobarde para no arreciar los odios de los grandes mangantes, digo magnates, de la ciudad.
-Muchachos, vosotros los universitarios sois unos vagos comodones que queréis follar siempre en vuestra casa porque no veis las consecuencias, nos dijo un día Joaquín ¿Y si se enamora de vosotros qué? como la echáis eh? si ya conoce vuestra casa, acudirá llorando varias veces hasta que un día os pille con la guardia baja y la polla alta y caigáis de nuevo en sus brazos. En lo posible hay que conseguir que te lleven a su casa porque además os harán la cena antes del postre. Una mujer puede copular sin problema en casa ajena, como bien saben vuestras esposas cuando salen de fiesta, ¿pero cocinar? cocinar siempre en su cocina, en casa ajena no os harán la cena nunca.
A la mañana siguiente encontraron a la inspectora Trujillo (sin punto ge delante y con una mano de hostias detrás) tumbada e inconsciente en el portal de su casa. La llevaron al hospital donde le pusieron un 130 por goteo intravenoso y una complementaria por conducto anal, mantuvieron sus constantes como pudieron y le incrementaron la dosis por vía de apremio para evitar complicaciones posteriores.
G.Trujillo había decidido una mañana meses antes, revisar segundas ocupaciones sin declarar de funcionarios policiales mileuristas, ya sabéis: selector de ambientes en puerta de discotecas de moda, escoltas a concejales de pueblo en puticlubs de capital, y búsqueda de farlopa para niños pijos sin desbravar. Los cabrones de los escoltados hacían firmar a los guardias recibos por conceptos desgravables que pudieran luego justificar en la siguiente subvención municipal y estos más ignorantes que el hijo de un diputado, firmaban y firmaban sin saber lo que se les podía venir encima.
Fue en estas, que la inspectora G.Trujillo pilló a nuestro amigo, el agente Joaquín, con cuatromil euros de complemento por un “servicio de escolta y cama” con la hija fea de un concejal. ¿Te tiraste a la escoltada, tú eres un guarro, con lo horrorosa que era? Muchachos, ¿de qué estamos hablando? no seáis pijos elegir es una chorrada que os enseñan en vuestras facultades de democracia y política donde dan clase los coletitas de Podemos. En la calle no se elige, se aprovecha la oportunidad.
Mi amigo N y yo estuvimos mirando el acta que tenía muchas razones y argumentos pero pocos miramientos con el necesitado y que le imponía una multa equivalente al sueldo de nueve meses de patrullaje con nocturnidad. Quisimos buscar apelaciones en leyes derogadas y antecedentes en las páginas del nacional geografic, con un resultado obvio, acorde al vacío que habían dejado en nuestras neuronas jurídicas tantas noches de alcohol.
Tenemos que hacer algo, nos dijimos, una afrenta de esta naturaleza no puede quedar impune: una cosa es que tenga razón Hacienda y otra que se la demos. Cómo va a pagar eso Joaquín. Y como sabíamos que en un par de días tenía que ir a entrevistarse para aplazar los pagos, decidimos en un gesto que avala nuestra formación cristiana, gastar nuestra paga extra en nuestro amigo Dimitri para que le diera un sustillo a la interfecta que le enseñara a adecuar cuantías a incidentes de medio pelo.
Encontrar la dirección de G.Trujillo no fue difícil ya que, se me había olvidado deciros que nosotros somos también inspectores de hacienda (lo siento, algo hay que inventar para acabar este cuento ya) y conocíamos de sobra a nuestra angosta y malcarada compañera. Así que orgullosos de nuestra labor social nos marchamos a nuestra casa no sin antes bebernos un cienpipers con cocacola y una Murphy respectivamente a la salud de nuestra batracia idea.
Tardamos varios días en volver a ver a Joaquín. ¿No os lo vais a creer, no os vais a creer lo que me ha pasado?, nos dijo sonriente al llegar. ¿Te ha tocado la lotería como a un corrupto y has pagado la multa? Mejor aún, me tocó hacer guardia en Hacienda y que casualidad conocí a la inspectora que firmaba mi denuncia, bueno una cosa llevo a la otra y la otra me llevó a su casa. Y no se si por el placer de dar por culo a quien me lo iba a dar a mi o por qué, le hice un habeas corpus de los de banderillas de castigo y rejón de muerte. La cosa es que, qué casualidad, esa misma noche le dieron a la inspectora una paliza de programa padre y muy señor mío. Al principio creo que dudó de mi, pero reflexionó sobre lo imposibilidad de que un policía se encuentre en el lugar donde suceda un delito y optó por ser pragmática como un cheque sin fondos. Quién mejor que yo para protegerla de los malvados que recorren nuestras calles. Así que hemos pactado una quita y espera que vamos solventando justo después de la cena que cada noche me prepara con esmero en su casa.