No soy objetivo, ni moderado lo sé, pero cuando me leo un libro de cuentos como este no puedo serlo. Soy un fanático, un exaltado, me ha entusiasmado. García Pavón escribe como si dictara cada palabra para que encajara perfectamente en la frase que imagino, rebuscadas, inventadas, en la tibia frontera entre la pedantería y la palabra añeja.
Cuenta historias de pueblo, algunas que le han sido dichas de crío, otras deconstruidas, reconstruidas por su memoria; mezcla a sus personajes de siempre con su familia propia; a medio camino entre el juglar y el cronista… a veces también, como el tío cansino que va del pueblo a la capital para un funeral y aprovecha a contar aventuras reoidas, pasadas y pesadas pero tan bien dichas que los niños se sientan a su alrededor para escucharlas. “Cuentos de amor vagamente” es un recreo para quien degusta la lectura lenta y pausada, a veces tan quieta, que el tiempo parece que se deja correr en un solanar de pueblo.
Lo he pillado en la biblioteca, como siempre por sorpresa, edición antigua, difícil de conseguir. He buscado en
iberlibro que es mi recurso de lecturas en desuso y cadáveres de letras, y lo he encargado para comprarlo.
Ya sabéis que Garcia Pavón es el papa de Plinio y Don Lotario un referente de todo aquel que diga escribir novelas de polis. Original, difícilmente comparable. Su marco es Tomelloso donde nació el autor y sus libros saben a vino recio y a queso manchego:“Plinio y Don Lotario, según costumbre en las atardecidas inanes, raboteaban por el Paseo del cementerio con las manos en la espalda y el verbo suspendido. De rato en rato echaban ojeos a los árboles enclenques ya con sienas otoñales, a los coches que iban y venían por la carretera paralela al paseo, y al sol caidón y ya tintado de brasa.”
Ganó el Nadal con “Las Hermanas coloradas” Estaba en casa olvidado, es el típico libro que anduvo en peregrinaje de balda en estante sin compaña que le diera sentido. Unos días junto a las predicciones de Nostradamus, otros junto a Arriba y Abajo y al día siguiente entre los tomos que antaño regalaban las cajas de ahorros el día del libro, cuando las cajas y sus obras sociales pensaban más en sus clientes que en patrocinar el equipo de hockey del hijo de la querida del defensor de los impositores. (Disculpas a mis lectoras del gremio pero es que la frase me había quedado redonda). Un día, me puse a leer aquel libro y desde entonces todo lo que he leído de él me ha parecido sublime. Sin reparos, como a mi me gustaría escribir.
Manosea las palabras a su gusto, deja que los personajes hablen sobre el tiempo que pasa (el tren que no conduce nadie) placeres y ausencias del mundo rural. Habla de política (hiriendo pero sin hacer sangre), de la dictadura tardía, habla de amor, de un amor conyugal y de alcoba, a veces furtivo, más susurrado que jadeado, pero igual de insinuante cuenta leyendas viejas, habla de la gente, de las banderas rotas, de sabios en sus discursos, de las monjitas en sus oremus y de los maestros de gabán raido y embozos resudados,. Este es para mi García Pavón, sólo siento que ya me queden pocos libros suyos como para darme nuevas sorpresas como la de este libro que termino y os recomiendo vehementemente.