¡Qué extraña contradicción! Esta vida normal y de barrio; las calles que se abrevian, las gentes que desperezan tranquilas la mañana, la mañana que invita al paseo en sus primeras horas de actividad contenida. Y por dentro, esta tormenta que arrecia; casi insoportable. La mirada gastada en pantallas de negro sobre blanco, las frases vaciadas, las relaciones fingidas, el humor de lata.
El sencillo camino matutino de normalidad, que os contaba hace tres pantallas, se acompleja y se deconstruye en pedazos inconexos de tareas previstas en toda su anticipación mental lacerante. ¡Qué extraña contradicción entre el anhelo y la desidia del dejar pasar los días! ¡Cómo desborda!
Ya no existe San juan, ni hogueras, ni intimidad tras las barcas, ni fuegos de artificio, ni el preludio de gente nueva. Ahora ya junio se rellena de plazos de entrega y correos sin contestar. ¡Qué daño! Como yere el tiempo templado, cómo fustiga el vacío y las azoteas. Qué tiempo perdido en las salas de espera en la mentirá de lo que será mañana.
Que ganas de leer sin subrayar,
de escribir sin citar, de explicar sin power point. Como se han pegado los días
a este alquitrán caliente que asfixia y entumece hasta la parálisis, qué añoranza
de mar. Curiosa esta sensación de reventar la válvula de seguridad, de no poder soportar mucho tiempo despierto, de caer
dormido de estrés,
Cierran los coles las puertas. Los críos camino de la piscina se cuentan novedades a hurtadillas y se ríen a destiempo que es la mejor manera de reír en la adolescencia. Y mientras tanto, esquivas, soplas y hablas solo. Ya no. Solo una sensación de estar cerca de la locura en el sobrevuelo de pensarse. ¡Qué tenues linderos los que delimitan el desvarío de la cordura!
El sueño sudoroso de estío, aquel miedo del noventa y dos, los albañiles que martillean desde la mañana en el piso de arriba, la música final de los vigilantes de la playa, la ciudad desierta, la culpa de romper relaciones propias y ajenas, puto cristianismo, la siesta en duermevela que mezcla sucesos y sensaciones que incomodan sin pesadilla.
Quien cortó los pinos a la orilla de la playa, que tramontana se llevó nuestras huellas, donde quedaron los diarios y las partidas de petanca. Donde nuestros secretos y promesas. Empujar. Solo empujar. Vivir en el entretanto sin mañana.
De nuevo colapso en sueño la tensión. Igual solo consista en volver a aprender a respirar.