Escribir en
lápiz, es convertir ideas pretenciosas en efímeras y dependientes. Todo pierde
su enjundia al escribirlo en lápiz. Yo al menos lo veo como si en cada línea se
sintiera la amenaza de ser borrado en cualquier momento y cada lista pudiera
recibir la orden de renumerarse hasta volver a ser un número impar.
Hace mucho que
escribo en lápiz, tengo distintos portaminas que guardo con cariño y afecto
hasta que el vértigo del día a día les hace caer de punta y morir para siempre.
Ese día rabio como un perro, pero como los amores efímeros el dolor decae con
el siguiente enamoramiento.
Escribir en
lápiz aminora la culpa de desvirgar libros con subrayados y ladillos. “Bueno
vale, sé que estoy mancillando tu limpieza con mis rayas pero solo un poquito,
sólo por ahora, la puntita nada más, si eso ya vuelvo luego y las quito.” pero
por supuesto nunca se quitan, y el significado se va diluyendo en claridad
hasta que resultan casi ilegibles con el tiempo.
Hacer
fotocopias de un esquema en lápiz requiere presteza y diligencia. No basta con
darle al botón verde y ¡hala! que el automático reproduzca en mil tus
estrujamientos de magín. La fotocopia de un folio en lápiz tiene algo de
artesanía, si es demasiado fuerte se embarra el folio, si es demasiado claro se
hace imperceptible, y es por eso que requiere el punto exacto de luz y de contraste.
El lápiz
impide la firma, desoficializa el garabato y queda un esbozo de subsecretario
sin corbata. La firma en lápiz es menos firma, pero para mi, sin embargo,
significa la verdad de reconocerla como mía. “Disculpe me presta su boli, es
que yo solo tengo lápiz” dices a la vecina alardeando de una rareza fingida.
Otras veces, por contra, la guapa muchacha de al lado te lo pide para
cumplimentar formularios y tu se lo prestas solícito; la miras de reojo, la ves
vaga y torpe, de pronto ella te mira de soslayo insatisfecha como si hubieras
tenido un gatillazo en la primera cita ¿Pero a donde vas con ese aparato
inútil? parece decirte. Y tú alzas la cabeza digna, “muñeca no sabes lo que te
pierdes por no esforzarte”.
Tengo amores (digo
lápices) que recuerdo de manera indeleble como el staedtler 925 25 07, duró
mucho tiempo a mi lado y cuando se perdía buscaba otro igual o similar como
quien busca una chica igual a la novia que te ha dejado plantado. Era pesado,
de cintura rugosa y lo sentías en la mano como esas mujeres rotundas de caderas
anfitrionas y tetas envolventes que te estrujan la noche como si no fuera a
quedar luna.
Ahora sin
embargo estoy enganchado a un Faber Castell pijo y liviano de casa bien. A
penas se siente cuando lo abrazas, como si escribiera susurrando. Ya sé que estáis
pensando que escribir con él es escribir en lánguido, pero no es así. Es… ¿cómo
os diría? como abrazar a Cristina Rosenvinge después de que hubiera mandado a
la mierda a Ray Loriga. Vale, bien, igual quedo intenso, pero no me negareis que
el símil es tentador.
La gente que
me quiere me regala portaminas de todo tipo: mis hijos, mi mujer saben que si estoy de luto
por la muerte súbita de mi escribidor, lo mejor que pueden hacer es enjuagar
mis lágrimas con uno nuevo brillante y reluciente que se convierta de nuevo en
mi escudero. Lo llevo de habitual junto al corazón, jodiendo camisas y
taladrando los bolsillos de la americana hasta hacer un agujero que comunique
mi apariencia de caravista con la entretela de falsedad de mis interiores… pero
bueno amigos para saber a dónde conducen los agujeros de los bolsillos haría
falta otro relato y ahora tengo sueño. Ante cualquier duda ya sabeis, escribidme
un comentario… a poder ser en lápiz.