martes, 7 de mayo de 2024

Una mesa de domingo en un bar de chinos rodeada de bancos de abuelos

Soplaba un viento templado, tierno e inusual. Tenía una hora de espera por delante, abrí el libro. Pedí una primera jarra de cerveza fría, pausada y dominical al principio de la tarde. Alrededor del bar, abuelos desbordados de historias, se sentaban en los bancos, con tres euros en la cartera y muchas ganas de hablar más por eludir vacíos que por llenar silencios.
En la mesa de al lado un grupo de nicaragüenses añoraban sus ciudades (en algunas de las que nombraban había estado yo hace quince años) hablaban y hablaban sobre su país y lo que bebían y desbarraban algunos de sus compadres aquí los domingos por la tarde. Ellos bajitos y fuertes. Ellas jóvenes, sonrientes, guapas a su estilo, tenían a penas treinta años y mil días por soñar en esta España pordiosera de mentiras y promesas. Me fui pegando a sus historias, sin quererlo y olvidando mis desasosiegos de corchopán mientras intentaba leer en diagonal el libro de impostados policias de Silva y Trujillo.  
 
 "Señor, se le ha caido el separador del libro, si hubiera sido un billete de cincuenta ya se hubiera enterado ya. Jajaja" me dijo un octagonario de gorra y bastón. Somarda.
Voy a hacer ochenta y cuatro igual soy más mayor que usted, le decía presumido a un colega de bancada. Por ahí ando. Pero usted está fenomenal veinte años hace yo que tengo azúcar y operado de la próstata. ¿Su chica qué tal? ¿Mi nieta? Idiota perdida. Se emparejo con un imbecil que la saco de estudiar y ahora nada hace, ni cuidar viejos como nosotros sabe.
Joven, es tan amable de quitar esa silla, que me voy a sentar en el banco de los pobres. Es que en las mesas hay que tomar algo. ¿Quiere una caña o un café señor? a mi no me molesta que se siente aquí mientras estoy leyendo. No hijo mio, gracias, que me siento aquí todas las tardes y si no me haré ilusión. Más somardismo en estado puro.
Hola buenas tardes, me pones otra jarra fría por favor. La china me miró sorprendida de tanta educación. tenía la cara limpia, la sonrisa asumida y un español sin matices. Me conocía de algo, me dijo, no supimos de qué. Llamadme depravado, pero me gustó en esa sencillez plana y sin curvas. Tenía cara de cansada. No leí.