“Los cuarenta son una década sobrevalorada.
Ni eres joven, ni eres sabio. Es una edad de riesgo entre el rumanismo y la
petulancia.” Ese afán por demostrar que estás de vuelta de todo sin haber ido a
ningún sitio; ese momento en el que dices demasiado a menudo “con lo que hemos
sido” sin darte cuenta de que realmente nunca has sido nada.
Cuando Dante decía “A la mitad
del camino de la vida me encontré en un bosque oscuro desviado del recto camino”
al menos sabía que estaba perdido, creía saber cual era la senda de la que se
había desviado. El cuarentismo actual es una adolescencia 2.0, un barullo de
sensaciones y una encrucijada entre sueños incumplidos y frustraciones por
digerir.
Es cierto, que la laboralización
de nuestro calendario ha hecho mucho por enfangar el trasiego. La definición de
quien eres por el sobretítulo de la tarjeta, los metros de despacho y la nómina
a fin de mes condiciona estúpidamente la autoestima o riega de cava barato el
reencuentro con el espejo cada mañana, que aún es peor.
Entrar en el tardo
cuarentismo me ha sentado fatal y no porque al año que viene cambie la cifra de
la decena sino porque los nueve años anteriores los recuerdo envueltos en
estraza e insignificancia. Yo, que soy de los que siempre pienso que cualquier
cambio es a peor (como muestra de lo bien que vivo, no como pesimismo) desde hace
unos meses afronto cualquier mutación como esperanza.
No me malinterpretéis, de normal
me llevo bastante bien con mi historia y casi siempre me alegro de verme. Nunca
echo la culpa a nadie de lo que me pasa y si una virtud tengo es la de encajar
los golpes sin pestañear. Sin embargo, quiero un poco de pausa. No digo pararme,
digo andar más despacio, quizás no más despacio, tampoco, pero sí lo suficiente
como para darme cuenta del paisaje que recorro.
Andar más despacio no es para mi
renunciar a saturar las horas, vivo muy feliz con mis horas estranguladas entre
el ocio y el negocio; para mi andar más despacio es renunciar a vivir entre
paréntesis, a la espera, renunciar a estar en la sala de embarque entreteniendo
las horas. Igual mañana me aumentan el sueldo que me merezco, pero por eso no
voy a renunciar a disfrutar de mis días con el mierdoso sueldo de hoy. Igual
mañana caigo en el rumanismo que me lleva a reventar de placer por orificios desconocidos,
pero eso no puede hacerme denigrar el misionero satisfactorio de anoche y
anteanoche en casa.
Vivimos a los cuarenta demasiado
tiempo opositando, demasiado tiempo llorando por la oposición suspendida,
demasiado tiempo reconstruyendo el castillo de papel que iba a ser nuestro fortín.
Demasiado tiempo fingiendo para no enseñar nuestro curriculum lleno de típex, y
en algunos casos creyéndonos altos por llevar zancos.
Nunca he criticado a los que
optan por irse, siempre he denostado a los que se quejan quedándose. Hay mil
maneras de largarse por la puerta en vez de irse por la ventana. No hay
nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, que recitaba Sabina,
nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al currelo. Y salvan más vidas los
puticlubs que los confesionarios.
“A nuestra edad a los idiotas hay
que aguantarlos el tiempo justo y a los tristes que les aguante su puta madre”
que dice un amigo mío. Soy dialogante con las cosas importantes, pero no
aguanto ni media gilipollez. Me sacan de mi los que sacan pegas siempre y a los
que cuando les das un buen resultado te recuerdan las cosas que quedan por
hacer. Hay profesionales en contar sus penas sin ni siquiera darse cuenta de
las que tiene el de enfrente
Claro que igual todo este rollete
que me he largado a las puertas de los cincuenta no es sino una pataleta porque
como decía Brassens "Moi, qui balance entre deux âges J'leur adresse à tous un
message Le temps ne fait rien à l'affaire Quand on est con, on est con Qu'on
ait vingt ans, qu'on soit grand-père" Osease que el que es gilipollas es gilipollas tenga veinte años o cincuenta.
Buenas noches dominicales y que
ustedes lo duerman bien.