No deja de
parecerme peculiar en Lorenzo Silva, que tras esa defensa de la legalidad y la
judicatura; el poli bueno y el delincuente malo, la ortodoxia, el deber ser y
la valoración positiva de lo políticamente correcto, haya en sus novelas
policíacas una tendencia tan reiterada a que los culpables sean precisamente el
poli, el juez, el mandatario o el guardia civil.
Pues lo mismo
en Carta Blanca. Bajo la defensa de lo militar y lo castrense, los valores, el
honor y la patria como valores, el resultado de la novela sea precisamente el
contrario: una consideración tan acerada de la ridiculez de la guerra. No digo
de lo despiadado, de lo cruel, de lo injusto de la guerra, digo de lo ridículo
de la guerra. Del dolor sin sentido.
La razón misma
del protagonista para ir a guerrear a Marruecos ya es ridícula en sí misma. No
ridícula desde el sentimiento personal, sino ridícula desde un planteamiento
castrense. No es ridículo un suicidio por amor; es ridículo que la patria se
sostenga por el arrojo temerario de un tipo despechado; que el odio guerrero
contra el enemigo se sustente en el odio personal y subjetivo del sargento por
ver a su hermano ultrajado por los moros, que el alistamiento en el mal sea
consecuencia de una castración interior y una sexualidad mal llevada. Parece a
resultas de su narración que el ejercito no sea sino un cúmulo de frustraciones
subjetivas puestas en común tras una bandera.
Carta blanca
es una novela desequilibrada, con pintas de escrito inicial, de arranque de
carrera literaria, pero sin embargo luego muy reconocida en mentideros y
galardones veteranos. Digo que es desequilibrada, no tanto porque sea mala,
sino porque es desigualmente buena. Consta de tres partes. La primera, sin duda
la mejor, se escribe en un lenguaje precioso, a veces preciosista e intimo. Un
uso de la descripción y el adjetivo que para los que hemos conocido a D. Lorenzo
a través de Bevilacqua nos resulta extraño al tiempo que exquisito. Es como si
dijeras, “hombre Lorenzo Silva se sabe llevar por los sentimientos también y no
solo por la corrección fría” está muy bien escrito en forma y fondo. Me gustó
mucho. Pero luego, las dos partes siguientes es como si se hubiera desfondado,
algunas páginas aprovechables de la segunda parte y una tercera con más
finalidad de construir lógica y razón a la novela que de recrearse escribiendo,
no sé, como si tuviera prisa por concluir sin fallar la novela que tan bien
había iniciado.
Y es
precisamente en esta tercera parte en la que la novela quiere cerrar el círculo
y cuando se muestra abiertamente la supuesta contradicción y ridiculez de la
guerra de la que hablaba al comienzo de esta reseña. Los moros y los
legionarios de la mano frente a la república; el protagonista frente a su
destino, disparándole a sus fantasmas y adoptando esa misión heroica que ya
solo entiende él. Ni patrias, ni honor, ni valor castrense… el hombre frente a
sus fantasmas, como entonces, como ahora, como siempre.
Una novela que
merece la pena leerse, me la recomendó 112 con quien solemos coincidir mucho en
gustos. Muy brillante la primera mitad, en la segunda se le cae; pero esa es
una de las virtudes de los buenos escritores que aun cuando la cosa decae; la
escritura fluida y trabajada consigue que no se te haga bola y puedas llegar al
final donde las cosas encajan, aunque para mi no sé si en el mismo sentido que
pretendía el autor.