jueves, 13 de noviembre de 2014

Esta lluvia fina de tristeza que todo lo empapa

A veces viene bien escribir sin argumento, así sobre la marcha; como el sumidero por donde desaguan las crecidas tras las tormentas. Leo en silencio blogs nuevos y posts antiguos y me recreo en frases que se van deshaciendo como ovillos de lana. Respiro fuerte y me agrede un extraño sentimiento de resaca, un ardor de estomago cruel y violento; punzante y recurrente como un mal recuerdo, y me mantiene inestable, que parece ser el estado de moda. Nos estamos acostumbrando a vivir en entretiempo, sin subir la ropa al trastero por si arrecia el frío de pronto, vivir en el por ahora, hasta que pase esto y comprobar que no pasa.

Lo siento, no sé construir zonas herméticas que no se comuniquen con la vida de al lado. Lo laboral y lo personal; lo virtual y lo real cavan pasadizos por donde se visitan como amantes furtivos en las vivencias de cada día. Es cierto que en este momento lo laboral se come espacios de mi insomnio particular, pero otras veces es al revés y el desasosiego a penas deja tiempo para hacer algo util en el trabajo.

No penséis que soy pesimista, no es eso, es la lluvia fina de tristeza que todo lo empapa; es salir del refugio y encontrarse la ciudad arrumbada, ascuas aun candentes que dejan un intenso olor a quemado; ves a gentes que te suenan con un atillo al hombro y la cara tiznada de hollín y miedo. Y reconoces al frutero de tu madre rebuscando en las basuras, al prejubilado arrullado bajo el puente apagando su sed y sus recuerdos con vino peleón, los nietos en la diáspora y el futuro en el diván, el experto en management gestionando su pobreza y al banquero refusionado apremiando su indemnización casi agotada.

Algunos días como hoy, me siento en el banco del parque y como hacía de joven, juego con ideas de mañana para no anclarme en un ahora inmediato y cansino que a penas avanza. Y saco la libreta y escribo en vacio frases redondas que no significan nada, pero que suenan bien. Y me hago ilusiones de que aun hay esperanza porque no hay tormenta que no escampe, ni mal que cien años dure.

Regreso a casa, me quito el traje y un puñado de sombras. Los crios me reservan un saco de besos y mil historias que contar. Mi mujer ambienta lo cotidiano con una rutina esperada que se agradece en estos días de clima raro, “que mala cara traes seguro que has estado pensando” me da un achuchón y me manda doscientas cosas “que así seguro que se te pasa tanta tontería”.

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