No puedo evitar un cierto orgullo
al mirar el google y ver mi post de Cuando la noche obliga de Montero Glez
entre los diez primeros que devuelve “el buscagaitas del palo alto”. Y es que Google representa el curioso abismo que dista entre el
diez y el once, un abismo como el que dista entre la riqueza y la justicia, un
abismo que algunos ven cercano y otros a años luz el uno del otro. Nunca dejo
de asombrarme que la distancia entre el diez y el once o la que separa un lector de su
escritor favorito, se mida en dos tweets y una búsqueda, y no en kilómetros de
lejanía física y mental. Bendita cábala, léase algoritmo, que acerca a un
aprendiz de provincias (como yo) al que considera un maestro.
Y digo todo esto, para que no
quepa duda de que soy un forofo incondicional de Montero Glez, de su prosa
cortada a cuchillo; de sus historias preñadas de frases redondas, de sus imágenes
lúbricas y sudorosas como orgasmos en días de sol. Y es por esto que me duele
como un abandono a los diecisiete tener que pelar su última novela El Carmín y
la sangre.
Montero, el gran Glez, investiga
tres historias del sur, de ese sur que le gusta y nos vende con placer, y los
intenta fundir en este relato encuadernado. La primera es la vida en Gibraltar de
Ian Fleming. escritor, crápula y espía británico de mitad del siglo veinte. La
segunda una orgia medio forzada dizque tuvo lugar en una taberna gaditana
cuando un puñado de alemanes de la palito palito guerra mundial escaparon del
submarino más salidos que un alumno de fomento en su primer paso de ecuador y se
pasaron por la piedra a todo el que estaba allí fuere macho, hembra o
semoviente. La tercera es la historia de La petenera, puta fina de carne morena
e inteligencia ladina, por cuyo estrecho de Gibraltar surcaron gobernadores y
prebostes del lugar, sin percatarse (o sí) de su juego de agente doble o triple
según agujeros a disposición.
Y con estos tres mimbres y la
confianza en su verbo escribe Montero Glez El Carmin y la Sangre, y este es precisamente
el problema a mi modo de ver, que Montero confía demasiado en su verbo (lo que
no deja de tener lógica escribiendo tan cojonudamente bien como él). Pero con
esto no basta. La historia crece deshilachada y descompensada (lo que sucede
sin problema en otras novelas del autor) pero sin embargo, cuando se quieren
unir los trozos al modo que hizo en Manteca Colorá, Sed de Champan o PolvoráNegra va y se le acaba el libro; así de sopetón y a tomar pol culo. Tanto se entretiene en los
preliminares que, cuando va a consumar, le pilla el marido y todo debe quedar
en un vulgar misionero apresurado cuando no en un gatillazo para olvidar. Las
historias quedan descosidas, sin armazón que las sostenga, los nombres se
agolpan sin identificar en esta orgía tabernaria en la que ya no se sabe quien
es el que da y quien recibe.
No sé si quiere contar demasiadas
cosas, si por lo que sea no le dio tiempo a cocer un poco más a los personajes secundarios
o si se encandiló tanto en la historia de Fleming y la Petenera, figuras por
otro lado apasionantes ambas, que no le quedó tiempo para más. La cosa es que
en lugar de ir engarzando las cuentas que va anticipando como hizo con maestría
con Mateo Morral; en este caso lo que empieza suelto, suelto queda. Se
incorporan y salen personajes sin orden ni concierto y pega finalmente el
evento de la taberna como bolsillo de plastón.
En fin que lo lamento. Todo genio
escribe algún renglón torcido. Quede claro que el libro no es que sea malo,
pero la narración solo se sostiene en la manera genial de contar del autor como
algunas pelis solo se sostienen en el actor principal. Y es que los miembros de
la prelatura personal de Montero Glez siempre le pedimos al maestro la
excelencia. Pero que no que no pasa nada,”
que ha sido un momentito solo de bajada y que no pasa nada” que decía el
cantautor y que os tenéis que seguir leyendo a monterito como si fuera el
catecismo ateo de nuestra religión de herejes. Sí o sí. Leed Polvora Negra, Sed
de Champan, Manteca colorá, Cuando la noche obliga o sus cuentos de futbol;
admirarle como le admiro yo.
Disculpas y Amen.
PS-.
1-.Sus artículos políticos, como todo lo que enmierda la política, ya lo dejo al escrutinio y color de cada cual. Lo mismo me pasa con Vargas Llosa no soporto su liberalismo de silicona y sin embargo lo tengo en mi capillita de santos escritores justo al ladico de Montero Glez y Fernando Vallejo con los que tan poco tiene que ver.
2-.Ahora que me doy cuenta, los
libros que menos me han gustado de Montero Glez, son los que tienen una “y” en
medio. Pistola y Cuchillo; Talco y Bronce y este Carmín y la Sangre ¿es casualidad
o un misterio por resolver?
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