Se agacho a coger su ojo, luego su oreja y finalmente un trozo de pasado con pinta de poema; se tocó el pelo y se llegó hasta los sesos que estaban llenos de cenizas y palabras; se acordó de los cuerpos secados en la azotea en la novela Datrebil de Pedro Andreu cuando las moscas acudían a sus vísceras llenas de letras putrefactas.
Se tocó la cara ardiendo, acomodó su ojo en la cuenca hasta entonces vacía y empezó a ver las cosas teñidas de gris como en la horrorosa distopía La carretera de Cormac McCarthy y que tan poco le gustó.Se pensó roto y montado al azar por un Gepeto borracho que a falta de serrín le había llenado la cabeza de esquirlas de aluminio que se rozaban entre sí produciendo ruidos que daban dentera de solo pensarlo.
Intentaba difuminar los pensamientos para que no le mordieran y solo se recreaba imaginando de manera lúbrica a alguna mujer desnuda de más de cuarenta con la que se cruzaba de mañana. Esa mezcla de pecado, placer y culpa le desviaba de monstruos con piel de melocotón. Oía voces chirriantes como las del clarión rayando la pizarra. No penséis en representaciones pornográficas de polvos imposibles, sino solo la desnudez, una desnudez adulta, realista, vivida que nada tenía que envidiar a las modelos jóvenes y ficticias de instagram.
Se reajustó la mano izquierda que había quedado tirada sobre la mesa para poder escribir en el teclado sin letra x, sí, la letra x se había soltado un verano en un viaje a la playa y ningún técnico había sido capaz de recolocarla. No le importaba por no poder escribir sexo, sin embargo no soportada la idea de no escribir xilofón o expareja.
Su mujer y sus hijos se lo iban a encontrar distinto, deconstruido, reconstruido y con grietas rellenadas de chicle viejo de fresa ácida masticada. Cómo reinventarse con esa guisa de puzle mal montado, como sería la vida a partir de ahora. Y se agarró la cabeza pidiéndole clemencia a gritos a un dios imposible al que solo acudía de manera egoísta en tiempos de hojarasca.
Se escuchó rechinar los dientes, lo que solo sucedía en los duermevelas que hacían de puente entre pesadillas; sintió que una voz conocida le decía cosas tiernas, la escuchó mejor "vaya nochecica que me estás dando, anda tomate un frenadol a ver si te entra el sueño y se te pasa la fiebre que mañana tengo que currar". Me levanté perplejo, toqué mis partes recompuestas y no sé porqué me puse una canción de Yoly Saa tumbado en el sofá del salón.