lunes, 13 de julio de 2020

El mal de Corcira. Lorenzo Silva Opinión, crítica y recuerdos sin curar


El que tras leerme de un trago 540 páginas de El mal de Corcira la principal crítica que se me ocurra sea que me ha sabido a poco y que Lorenzo Silva ha dejado demasiados filones por explotar dice mucho a favor de esta novela. Es como si los dos libros anteriores (el de los escorpiones y el de los bitcoins)  hubieran sido nada más que esos asaltos flojos a mitad de pelea que no sirven para nada y en los que los boxeadores solo quieren coger aire para afrontar el final del combate.

Cuando digo filones por explotar, entendedme, no estoy diciendo cabos sueltos (eso es impensable en Lorenzo Silva) sino personajes que son oro y que han estado bien trabajados pero que al final aún les quedaban varios pases más por recibir para lograr la faena histórica que tenía a su alcance. Y es que aunque que se merezca de largo dos orejas y tres vueltas al ruedo no deja de darme rabia que haya estado tan cerca del rabo (como dijo jenna jamesson) y de ser una de las obras para recordar de la novela policiaca de los últimos años cosa que aun así está en condiciones de serlo.
¿Cómo perdonar que deje sin detallar una entrevista final con la madre de Igor? ¿Cómo perdonarle que Haizea no se demore con Vila en conversaciones largas y lentas sobre el amor y la guerra? ¿Por qué se reserva a Sopelana para el final y no mete por medio un capítulo en la carcel? ¿A dónde está llegando Chamorro en su vida personal ya cercana a la “la marca del meridiano”?  ¿Hasta me da rabia no saber más del asesino de la primera página y su historia? Esfuerzos ímprobos hago para que no se me salte ni una gota de spoiler de este buenísimo libro.

El libro habla de la Eta y lo que fue el País vasco de entonces visto desde ahora, pero habla también de toda una época: músicas , recuerdos, referencias de aquellos finales de los ochenta y principios de los noventa. No solo habla de vascos, también habla de nosotros que estábamos en la universidad, de los primeros conatos políticos, de militancias improbables, de ideologías medio crudas a las que faltaba el horneado que dan las lecturas contradictorias, los viajes y la edad; de aquellos sexos universitarios en donde confundíamos las masas con las nalgas que cantaba el maestro Aute. Y este es a mi modo de ver una de las grandezas del libro: ver los mismos hechos desde dos tiempos distintos.
“Con lo que hemos sido y a lo que hemos llegado” suelo decirle a mi amigo N  “No te engañes nunca fuimos nada” siempre me contesta. Y esa es la lucha: Por una parte, la tentación de idealizar aquellos tiempos (para bien o para mal)  y por otra el jarro de agua fría y realidad que siempre arroja Vila sobre las cosas de manera excelente. Igual hace mi amigo “Éramos unos gañanes, más vale que no te recuerde todas las banderas que ondeaste y estupideces que pensabas cuando te arrullabas con cervatillas de uno y otro extremo político” me dice N cuando en un ataque de nostalgia me pongo mimosín y estupendo quizá recordando alguna Haizea vasca con ojos color tierra.
También de eso va el libro de la estupidez de los extremos, de los trozos de vida que nos vamos dejando en nuestra juventud defendiendo idioteces. (No puedo dejar de acordarme de esta brillantísima intervención de Fernandez da igual donde estéis políticamente escuchadla sin prejuicios) 


Es cierto, la política está detrás del libro y aunque no lo quiera Silva está condenado a que se plantee un combate Silva de Vila vs Aramburu de Patria. En mi opinión en lo literario gana don Lorenzo de calle, (ver mi reseña de Patria) pero es que en lo político hablan de cosas distintas o al menos desde distintos puntos de vista. Aramburu critica la equidistancia y la hiriente neutralidad mientras Silva critica el extremismo; Aramburu se centra en el nacionalismo del árbol y las nueces y Silva se centra en los rizomas y en las hierbas malas que se reproducen descontroladamente esquilmando el suelo que colonizan en un sitio y en el otro. Lo que tenemos que tener claro es que El mal de Corcira es una excelente novela pero no porque estemos a favor o en contra de los que dicen sus protagonistas sino porque está cojonudamente bien escrita, emocionante en su trama y estructurada con habilidad, adoptando unos personajes que vienen de lejos (con su historia) lo que la hace aún más difícil y a la vez más interesante para los fieles.

Yo en algunos trozos he discrepado mucho de Vila (o de Silva, no sé quién es quien). Estoy seguro de que Silva no quiere jugar a la equidistancia ni a la neutralidad (sus gruppis verdes no le dejarían), pero a veces sorprendentemente se le escapa y cae en la trampa del vocabulario de guerra como si hubiera dos bandos. Discrepo hasta del título ¡qué guerra civil ni que leches es que unos neguríticos forrados y jesuitas meapilas socialicen a una generación entera en el odio y en el nacismo aranista! (No entiendo que los curas no tengan más que tres líneas en todo el libro) ¡Qué mierda de guerra civil es que unos descerebrados con tricornio vayan de salvapatrias torturando y enterrando en cal viva por muy afectados que estén ! Y es en este punto de la doble crítica donde me reencuentro con Vila y comprendo lo que quiere decir y a lo mejor no discrepemos tanto.
No fue una guerra civil, fue un grupo que se creyeron que su verdad les permitía matar y que fueron  inconscientes de la ridiculez de las guerras  Fue el silencio de muchos de nosotros ¿cómo podemos criticar el peneuvismo por mirar a otro lado y a la vez justificar el gal y jugar a las ecuaciones sin X? Yo particularmente no les concedo, como sí que hace Bevilaqua,  ni siquiera esa presunta ideología de revolucionarios de corchopan mamada en libros sesudos de marxistas decrépitos.
                                             
El estilo y los trucos nos traen al Silva genial que conocemos de siempre (también con algunos de sus vicios incorregibles): El inicio trepidante, el segundo capítulo (y alguno mas) sobre la filosofía de la vida, la llamadita de Pereira para mandarlo de viaje, el muerto complicado, la guía lonly planet que se empeña en endiñarnos de cada ciudad (y que cansa un poco), las varias posibilidades que se abren muy bien planteadas, el Mc Guffin de marras, los brillantísimos interrogatorios, el visionado de videos, en esta ha moderado notablemente el repasar en cada frase la escala de la guardia civil. (Referirse por el nombre resulta más cómodo al lector de verdad Lorenzo), las moralinas en las que ya no se sabe si es Lorenzo o Ruben quien habla, la legalidad buenista (a veces merengona, déjelo hacer algo malo alguna vez, hombre. Igual mi esperado Lopez (Atienza) sabe algo de él ocultable) las referencias literarias y musicales (a veces muy gafotas) y esa tensión Luz de Luna que en mi opinión después del piquito o más de Algecirás no ha sabido (o querido) solventar en esta novela. Rosas, Joseba, Alamo, Pereira, Vila y detrás esa pelea entre el delincuente nato y esa creencia de Vila de que cualquiera podemos caer en el delito si se dan las condiciones concretas de orgullo, interés o miedo. 

El mal de Corcira tiene la grandeza de unir punto a punto de 25 años de personajes con una impecable normalidad, como si esta novela la hubiera escrito al principio y el resto de los libros hubieran venido detrás. Nada desencaja y hasta me he molestado en releer alguno de los últimos que hubiera querido olvidar y todo cuadra perfectamente como si los personajes no fueran inventados sino reales sin esos saltos tan raros que daban en Patria y que tan poco me gustaron sin ir más lejos.

Puede que tenga algo que le sobre (quizá tanta moralina) y como he dicho al principio quizá también algo que le falte (terminar del todo algún personaje) para ser en mi opinión una obra redonda, pero la verdad es que si no lo es, está muy cerca de serlo. Leedla.

Otras reseñas que he escrito de libros de Lorenzo Silva

lunes, 6 de julio de 2020

Halt and Catch Fire. Los 40 capítulos en dos semanas


A mitad de camino entre el impulso y la reflexión, follar sobre el pinball del bar o el polvo misionero en el lecho conyugal; el software y el hardware de las cosas, el fracaso y la oportunidad que renace, el egoísmo como esa manera de reivindicar el yo ante los demás, el yo que no se entiende a si mismo y discute consigo mismo hasta las lágrimas. Los silencios. Las conversaciones interminables por teléfono en aquellos tiempos en los que los teléfonos todavía tenían cable. Tres maneras de emprender: Hacer cosas, el funcionamiento de las cosas y la aplicación de las cosas que funcionan. El sexo irreflexivo en la trastienda, salvaje, intuitivo, adictivo. Tres maneras de emprender: Lo que te gusta, lo que funciona o la especulación. Lo honrado y lo deshonesto a un paso el uno del otro. Como dice el guripa Bevilacqua la cuestión no son las personas malvadas, sino que cualquiera de nosotros somos susceptibles de asesinar cuando se mezclan de manera incontrolada el miedo, el orgullo y el interés. El matrimonio en donde desembocan las vidas personales y familiares previas, los guiones que vivimos, el sello de familia, el matrimonio que amenaza desbordar al hacer imposible el proyecto de vida en común; el miedo a las relaciones permanentes a cambio de lo efímero que lucha contra lo trivial. Una generación atrapada en la adolescencia para siempre, una generación con miedo a ser mayor en aquel momento en el que los ordenadores hacían ruido de quejido de desamor cuando se esforzaban por unirse a la red. El amor, el amor que duele porque obliga a abrir las ventanas y las puertas de la habitación propia que es nuestra soledad cuando no queremos que entre nadie, la habitación a oscuras en la que peleamos contra nuestras sombras. El vértigo, la inercia que arrastra las vidas de manera incontrolable, como si no fueras el protagonista, como cuando bailabas ska y slam ochentero y te veías incapaz de aguantar los empujones si no empujabas tú al mismo tiempo. Una visión de la empresa yuppi, la otra visión de la empresa happy business con ejecutivos en camiseta y maripís. Al final lo mismo. Lo uno contra lo otro. Los yuppies también lloran, los happies también hacen contabilidad.
El individualismo, la ambición, la adicción al trabajo que no dejaba ver el hueco bajo el caparazón. Y en determinado momento la opción por la renuncia, por bajarse del tren, la caravana en medio del prado, la huida, siempre el sueño de huir y al mismo tiempo la tentación de quedarse, de volver a intentarlo una vez más. A medio camino entre la ruptura con los padres y la incomunicación con los hijos, echar un polvo adultero con la novia que a los dieciséis se quedó en el pueblo como manera de reivindicar tu historia perdida, la alternativa que hubiera sido posible. Los hijos al otro lado del espejo de nuestras vidas, el lenguaje intergeneracional imposible, el terror a tenerlos.La enfermedad. La posibilidad de rehacer la vida tras plegar por la mitad el folio de la existencia, el funambulismo de ir viviendo, la muerte que viene y va, que hace pausa, que pasa de refilón como amenaza que se ve como posible. Los personajes que saben sobrevivir, los que optan por irse, los que dudan, los que se suicidan. La resistencia, la resiliencia a fin de cuentas, quienes se rompen en los tiempos de crisis, quienes no pueden vivir en la ruleta rusa de la incertidumbre, un par de años en la cárcel, perderlo todo, ganarlo todo y sobre todo seguir andando, nunca pararse. La ambición de aquellos tiempos de pioneros en la que todo el oeste estaba inédito y por descubrir, el commodore, yahoo e ibm; los juegos en dos dimensiones, la vida en tres, la virtualidad recién nacida, lo que es y no es al mismo tiempo encerrada en circuitos y laberintos. La vida como una presentación en power point de la que queremos hacer una exposición en público y se nos funde la bombilla, las impresoras matriciales. Todo de un lado y su contrario a un tiempo, en una bisexualidad apabullante, irresistible porque todo era una cosa y su contrario, quizá no hubiera dualidad porque todo era uno. La tentación al mismo tiempo de estar y no estar, de follar y matar, lo conyugal y lo adultero, lo excesivo en la frontera de lo prohibido, las drogas de diseño, el alcohol en exceso, el sida, el dinero, los sueños desmedidos. Y el reencuentro, sobre todo el reencuentro con lo posible, aunque haya pasado lo que sea, siempre se conserva la posibilidad de volver a empezar. Optimismo y escepticismo sodomizandose en lo oscuro. Todo tiene solución menos la muerte que lo soluciona todo, que lo apaga todo para que renazcamos en los otros. Envejecer sin haber hecho nada es una muerte prematura. En el 85 yo tenía 15 años en el 90 tenía 20. Cuando se me pase el impacto cegador de los cuarenta capítulos en dos semanas de trago que me he zampado sin pausa como este post, volveré a ver Halt and Catch Fire e igual os puedo contar de qué va. Mientras tanto vedla con la pasión que lo he hecho yo.