Desde hace un tiempo, por la mañana, evito los puentes, más que evitarlos me esquivan ellos a mí yéndose de mi camino y proponiéndome rutas alternativas por parques y callejas. Los puentes, en mi pueblo, regalan postales de amaneceres naranjas como estratagema para engatusar a los despistados que en esta ciudad sin entretiempo caen luego presa del cierzo hiriente y el solegaz de estío.
No uso coche, se rompió hace un año y ya no lo echo en falta. Ahora trabajo en el centro y de camino oigo los ruidos de la vida y esa extraña voz que me habla al oído con pretensiones de consciencia echándome en cara que me haya vuelto un viejo carcamal.
Me voy construyendo historias de la gente con la que me cruzo. La chica que pasea al perro y que siempre pienso que trabaja en una tienda de bebes; el señor de barbas con cara de representante comercial, el abuelo que se sienta en el banco junto al olivo viendo la vida pasar.
Los adolescentes a las puertas del instituto se miran y se hablan entretejiendo argumentos, secretos y declaraciones de amor. No os las guardéis, me dan ganas de gritarles: no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, pero claro, es que estos zagales no conocen a Sabina.
Y a la izquierda las calles se angostan para robar a las sombras sus miedos y su billetera; a la derecha la casa de los políticos que le ruegan al segurata que les deje colarse por la puerta trasera para evitarse cien pasos y es que los políticos llevan demasiado tiempo buscando atajos.
Conforme ando, las casas crecen postizas, con paredes sin ladrillos, espacios sin columnas, paramentos sin ventanas y puertas sin parteluz. Apuntalan jacenas intentando renovar un viejo cuartel militar y hacerlo habitable por estudiantes de alquiler y mientras tanto las grúas se abrazan a escalas y contenedores con un estridente rechinar. Cada día sale a la luz un retoque nuevo como hacen las famosas de televisión. Al final olvidaremos cuando fue viejo y lo nuevo formará ya parte de los cotidiano sin querer siquiera recordar lo anterior.
Y voy llegando, tarde como siempre, al trabajo y a casi todas las cosas
Y se confunden las mañanas como se confunden estos tres años en mi memoria en un oleaje de espuma.