Hoy es viernes y la habitación se llena de un silencio transparente. El móvil me amenaza con contarme deberes de una agenda imposible. Lo ignoro y me enrolo en imaginaciones llenas de palabras que me presta el último libro que me estoy leyendo. Abro mi cuaderno y escribo, no tanto para recordar como para poder olvidar todo lo que me inunda la cabeza y dejarme caer en una intrascendencia matutina lenta y melosa.
De vez en cuando es necesario un día de paréntesis, una mañana desprogramada en casa para pensar despensando. Tan solo ver como juegan los rayos de sol mentirosos y otoñales con los cuadros de la pared mientras la vida laboral debe discurrir por fuera sin enterarte en un universo lejano e ignorado.
Es como aquellos días escolares que por una mala gripe o cualquier otra contingencia te dejaban en casa de mañana. Veías asombrado y asomado a la ventana como corría la vida real del barrio que siempre ignorabas por estar en el colegio. Veías al cartero con su carro, los camiones de descarga para el mercado, las madres (en aquellos tiempos madres) con carritos de niño volviendo de la compra y los mayores llenando el tiempo con recados sin importancia.
Me dan miedo estos tiempos que corren con esta rutina frígida y amarilla; me da miedo el futuro pillado por los pelos; decía el filósofo Edgar Morin que somos pequeños islotes de seguridad en un océano de incertidumbre. Cada decision parece a vida o muerte; cada evento es el partido del siglo en esta labor de periodistas deportivos: los chavales que creen elegir su futuro por optar por unos estudios u otros; las abuelas que viven en ese complicado funambulismo entre el aquí y e allá y nosotros en esta ansiedad de peligros predichos por economistas vestidos de adivinos que nos quitan el aire.
Dejo el lápiz y de forma instintiva, echo mano al movil que no está porque lo tengo lejos y sin voz. Qué mierda de adicción perturbadora que me tutela y controla de forma asíncrona y a distancia. Dejo el aparato en el cargador silenciado hasta la hora de comer, si estoy de dia de vacaciones lo estoy, me digo. Que extraña y gustosa sensación de sentirse prescindible, que humilde satisfacción de irrelevancia tras tantos meses con plazos perentorios y pretenciosamente vitales.
Que visión extraña contemplar desde fuera la vida sin mí. Como el tiempo que llevo sin actualizar el blog y leyendo mi ausencia en blogs ajenos.