martes, 29 de octubre de 2024

Un día sin mí.

Hoy es viernes y la habitación se llena de un silencio transparente. El móvil me amenaza con contarme deberes de una agenda imposible. Lo ignoro y me enrolo en imaginaciones llenas de palabras que me presta el último libro que me estoy leyendo. Abro mi cuaderno y escribo, no tanto para recordar como para poder olvidar todo lo que me inunda la cabeza y dejarme caer en una intrascendencia matutina lenta y melosa.

De vez en cuando es necesario un día de paréntesis, una mañana desprogramada en casa para pensar despensando. Tan solo ver como juegan los rayos de sol mentirosos y otoñales con los cuadros de la pared mientras la vida laboral debe discurrir por fuera sin enterarte en un universo lejano e ignorado. 

Es como aquellos días escolares que por una mala gripe o cualquier otra contingencia te dejaban en casa de mañana. Veías asombrado y asomado a la ventana como corría la vida real del barrio que siempre ignorabas por estar en el colegio. Veías al cartero con su carro, los camiones de descarga para el mercado, las madres (en aquellos tiempos madres) con carritos de niño volviendo de la compra y los mayores llenando el tiempo con recados sin importancia.

Me dan miedo estos tiempos que corren con esta rutina frígida y amarilla; me da miedo el futuro pillado por los pelos; decía el filósofo Edgar Morin que somos pequeños islotes de seguridad en un océano de incertidumbre. Cada decision parece a vida o muerte; cada evento es el partido del siglo en esta labor de periodistas deportivos: los chavales que creen elegir su futuro por optar por unos estudios u otros; las abuelas que viven en ese complicado funambulismo entre el aquí y e allá y nosotros en esta ansiedad de peligros predichos por economistas vestidos de adivinos que nos quitan el aire.

Dejo el lápiz y de forma instintiva, echo mano al movil que no está porque lo tengo lejos y sin voz. Qué mierda de adicción perturbadora que me tutela y controla de forma asíncrona y a distancia. Dejo el aparato en el cargador silenciado hasta la hora de comer, si estoy de dia de vacaciones lo estoy, me digo. Que extraña y gustosa sensación de sentirse prescindible, que humilde satisfacción de irrelevancia tras tantos meses con plazos perentorios y pretenciosamente vitales. 

Que visión extraña contemplar desde fuera la vida sin mí. Como el tiempo que llevo sin actualizar el blog y leyendo mi ausencia en blogs ajenos.



sábado, 26 de octubre de 2024

Volvemos al blog o qué??

No hacen falta grandes profundidades para escribir de nuevo, solo y nada menos que sentarse y darle a la tecla. Ayer, el ayer de hace tres semanas, sin ir más lejos, anduve por los madriles sin más excusa que gastar dos días y cambiar de aires con mai guaif. Un billete de compañía barata, el hotel de siempre por Tetuan y ganas de andar a pesar de una microrrotura de fibras que me atosiga desde que hace una semana me dio por regresar al deporte del trote cochinero con infaustos resultados.

La gente de provincias imaginamos una vida excepcional por esas calles capitalinas de monopoly sin darnos cuenta de que la vida suele ser igual en todas partes convertida en rutina y que solo se hace especial cuando la recreas con emociones y vivencias para recordar. "Vivir consiste en construir futuros recuerdos" decía con razón Sábato en El tunel. 

De esta excursión tardoestival (o quizás preotoñal) me llevo un desayuno sentado al sol de media mañana y dos carajillos de trasnoche en el Libertad 8, templo de cantautores con pintas de bar universitario en donde dicen haber actuado lo más selecto de la música de guitarrica y mensaje intenso. Ya sabéis mi proclividad por estas coplillas, así que me hizo mucha ilusión subir al escenario donde se iniciaron Drexler, Ismael y otros varios. (Lamento desilusionaros si me habéis imaginado tarareando a Jara y aclamado por masas de sobrinos de joan baez, solo subí a cargar mi movil en una regleta del escenario y ya que estaba allí pedí permiso para hacerme tres fotos mientras prometedores trovadores entonaban canciones de regalo en las mesas colindantes).

También nos hicimos los culturetas visitando un museo que no conocíamos (Lázaro Galdiano) y yendo al teatro a una obra que nos recomendó la egregia Molinos: El nadador de aguas abiertas, que por cierto nos gustó mucho. Comimos callos, (bueno comí), compramos libros en la cuesta Mollano (bueno compré) y paseamos (los dos) por calles estrechas del Madrid viejo para llegar al bar donde hace casi treinta años, con la misma compañera y miaja más jóvenes, aterrizaba mis sueños judicantes en el suelo tras innumerables botellas de sidra escanciando desilusiones. Veintitantos años después, seguimos cambiando de estación abrazados en este trasiego de ir viviendo con transbordo en Sol.

A mi me gustan los barrios, sean de la ciudad que sean, no entiendo el unifamiliar en las afueras. El ruido de persianas que suben y bajan; la conversación con el vecino, la mirada a la mama del parque, el perro meón y el niño que jode con la patineta cada tres minutos. Me gusta callejear por ciudades respirando relajado lo cotidiano. Hoy me decía un amigo laboral que si tuviera más ambición llegaría a no sé donde, le he contestado que realmente tengo ambición, pero mi ambición es poderme sentar en la playa fría de noviembre a ver el mar, marcharme a mi rincón perdido del pirineo a ver el otoño amarillear y andar callejeando en esta ciudad gusanera que de vez en cuando pinta los cielos de naranja mientras veo y discuto en el futbol con mis adolescentes.