Almodóvar me
gana por la estética, por la imagen, por el encuadre, por la forma, por el
simetrismo y los colores, por cada cosa en su sitio exacto con ese sello tan
personal, por saber poner la cámara tan cerca que se mete dentro, por saber
ganarse las miradas de los actores y actrices recitando vidas y escondiendo
secretos. Por todo ello. Pero en esta historia (como en otras muchas, no todas)
también me ha ganado por el fondo y la estructura.
Un juego de
distintos planos y distintas capas de su vida que se entrelazan en un guion magistral.
Quizá hay un momento en el que pierde el tempo narrativo atrapado en las
drogas, pero enseguida lo recupera.
Primero la narración
excelente de
la infancia con un olor
a ropa blanca y lavanda, teñida de pobreza y tristeza, en unas postales que
durante toda la cinta pensé que eran de película italiana, con una Penelope a
la que de habitual soporto con dificultad (excepto en jamón jamón) y que sin
embargo en este caso remite a la belleza de
la Sofia Loren en Dos mujeres de deSica puffffffffff. Esta unión estética me parecía uno de mis habituales onanismos
mentales hasta que para la conclusión de esta historia elige una música italiana
(Come sintonia de Mina), momento en el que casi me levanto a aplaudir en medio
del cine.
La segunda
cuestión a la que me remite la película es al
dolor, el dolor entendido como ese atajo para encontrarse con el yo de cada
uno en su esencia, el momento de saberse en el pliegue de la existencia sin
quererlo admitir, el cajón de las consecuencias y los excesos del primer tramo
de vida al que llamamos juventud. Quizá porque me lo acabo de leer, pero el
libro Clavícula de Marta Sanz me ha venido a la cabeza hablando de lo mismo.
(por cierto libro que me ha gustado poco o nada). Tus dolores son tu historia y
Almodovar cuenta su vida a través de sus dolores, sus adicciones y sus miedos.
(mi yo hipocondriaco de nuevo monopolizando mis opiniones). La manera en la que
lo cuenta es peculiar mezclando primeros planos personales con imágenes y
murales de pop-art. Bordea el exceso, pero es que, si no, no sería Almodóvar.
El tercer
momento es el de la soledad. La
soledad que, como con el dolor del anterior párrafo, también se expone como
consecuencia. Esa soledad injusta con los que se tiene cerca y que sin embargo
busca teléfonos de amores viejos en las agendas olvidadas. Esa búsqueda de reencuentros
añejos trufados por el recuerdo y el azar: el azar de ver el cartel de una obra
de teatro que te hace entrar, de un retrato perdido, el azar del reencuentro inesperado,
el azar de la memoria caprichosa que une presentes y pasados en el tamiz
tramposo y torticero de solo recordar lo mejor de lo malo de entonces. Y sobre
todo la soledad de la fama mal digerida, que como al propio Almodovar le lleva
a ser esclavo de la caricatura de su propia publicidad.
La estructura es una caja de zapatos
usada como caja de recuerdos. Van saliendo fotografías, el rosario de cuentas
derogadas, el huevo de zurcir; la inexistencia paterna, la sobreexistencia
materna, el primer descubrimiento de la homosexualidad. Las acuarelas de la
infancia, las viejas historias de amor que alguien se niega a cerrar, los
rencores sin vendaje y las banderas rotas y ajadas que nunca llegaron a ondear.
Todo uno dentro de lo otro. La historia descubierta en el boceto de una obra
sin terminar, la obra que incluye a los personajes de un pasado por indagar,
que a su vez se representa en el presente aludiendo a la infancia que se cuenta
y todo ello que se encaja en el rodaje de la nueva película en el andén que le
insufla nuevas ganas de vivir al protagonista recuperado y cansado de la
historia.
Banderas está
estupendo imitando gestos y poses del director, Asier Etxeandia sensacional actuando
en una homosexualidad no estridente y al mismo tiempo creíble y actuando de actor que me parece de una
dificultad de nivel superior. Difícil es actuar bien, pero más difícil es actuar
actuando como si actuaras regular. (la nuera de la consuelo aporta un puffffffff
propio a Asier Etxeandia) y finalmente el papel corto e intenso de Leonardo
Sbaraglia (que pueden apuntar a mi lista de “señoresquemeatraen”). Ya he
comentado que Penelope está muy bien dentro de su aparatosidad habitual que me
supera. Quizá la madre de mayor, interpretada por julieta serrano rebaja el papelón
de Penelope; pero lo mas seguro es que la culpa sea mía porque esta señora me
llega de siempre tirando a poquico. Y en un papel segundón más que digno Nora Navas.
Los detractores
del manchego dirán que siempre hace lo mismo, que se recrea en sus filias, que
es insoportable el divismo egocéntrico que acompaña a la distribución de sus películas
y que sus guiones a veces aparecen mordidos por su emborrachamiento de forma,
pero a mi, qué queréis que os diga: me encanta. Y en esta película Dolor y Gloria especialmente.