jueves, 12 de mayo de 2016

El sueño de Aquilino

Aquilino Martín conoció a Girondo en un burdel junto al malecón. Andaban buscando princesas y excusas para justificar su presencia allí, cuando unos seres extraños rebosantes de sonrisas y besos les saludaron al llegar. Al principio creyeron que eran cronopios escapados de un libro de cortazar, pero al oírles recitar poemas con tanto acierto y prestancia dedujeron que eran follamantes de un poema de Salem. Aplazaron las palabras y escondieron su desasosiego detrás de las sombras del local. Echaron un  Jackdaniels sin hielo a la salud de las rimas y las mujeres con alas y se adentraron en dilemas de difícil solución.
Después se llenaron de aire y se difuminaron en azul. Un soplo de brisa suave les subió a la habitación principal donde les esperaba, abierta de alma y piernas, una mujer de tulipan. Dembularon arriba y abajo, se recrearon en los pliegues de su sexo y se zambulleron sin más pensar, en la profundidad húmeda y excitante de lo efímero y lo desconocido.
Primero fue Aquilino que noto, al irse yendo, como el estomago le daba vueltas y descendía hasta su entrepierna una procesión de suspiros como abrazos. A Girondo, sin embargo, todo le parecía un poema, y se recreo perfilando con su lengua un mapa de deseos hasta llenar su boca de una espuma dulce como una nube de algodón. Las manos se multiplicaron por cuatro, las caricias por seis y enlazaron sus cuerpos y los de ella, en un enredo de a tres Mezclaron masturbaciones recíprocas, excursiones a lo profundo y orgasmos de sidral, y se hicieron lluvia de otoño.
Cuando llego la bajamar del deseo, se emborracharon de un silencio precedente y nostálgico y justo cuando iban a dejar cada uno un billete de cincuenta rublos bajo la almohada, a Aquilino le sacudió un golpe de tormenta, un zarandeo de olas, un vaiven de vieneyva  y abrió los ojos deslumbrado y sorprendido.
Delante estaba su compañera de oficina, que le regó con sus ojos azules y su mirada de más. “Aquilino te has quedado mohíno” le dijo y Aquilino noto avergonzado como le había crecido un inquilino en su pantalón durante la siesta y una ausencia al despertar y empezó a recitar poemas sin ortodoxia como en el lado oscuro del corazón, más por hacer tiempo que por volver a soñar.

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