Leí a Heminway
por última vez en el verano del 91, era Fiesta, volvía yo también de Sanfermin
sucio y borracho. Dejaba atrás la adolescencia en prorroga, casi en fase de penaltys
y me adentraba de golpe en una juventud inesperada, reticente para ser más exacto.
Murieron mis
mitos de golpe, se volaron los muchos sueños que atesoraba y abandoné a la
mujer de la que era amante en contrato fijo discontinuo justo antes de que nos
descubriera su marido. Cambie de bicicleta tras el último verano, aprobé
administrativo en septiembre, compre otro coche, bueno me lo regalaron, y era
como yo blanco, resabiado y de segunda mano, y maté a un hombre, sí, como lo
oís maté a un hombre.
Era joven, no
más de 21, le empuje a las vías del metro de la línea seis. Entonces todavía no
era circular sino que se cortaba entre Laguna y Ciudad Universitaria. Luego la
transité cientos de veces durante las oposiciones en el 96 cuando dormía en la
calle Aduana en un hostal de polvos superficiales y recepcionistas sin
preguntas, pero entonces ya hacía varios años que había matado a un joven alto,
guapo e inocente en una estación de escaleras largas y de boca gris que se
volvía circular de repente.
Aquel verano
se mezclaron las sensaciones y el alcohol, desengaños y besos abertzales; cursos
de verano en la UPV todavía por llegar y un leve candor de mar en calma.. El
sexo en el asiento de atrás, la España preolimpica, mujeres de plastilina que
se deshacían en los brazos antes de la primera masturbación, inglesas indecentes
del snoopys; profesoras maduras de cursos inservibles que te invitaban a entrar
en habitaciones de estudiantes para regalarte felaciones de estreno. El verano
del ahora y del futuro juntándose en un mismo delirio de frases inconexas.
El domingo tocaba
pecado secreto, íbamos a misa en parroquias de barrio y después nos
manoseábamos en sesiones interminables y adúlteras quizá porque sabíamos que
nuestra relación prohibida estaba a punto de terminar. Nunca follamos. Sexo
mucho sexo, un sexo opaco, iniciático, desmedido, profundo y superficial a un
tiempo, porque entonces todavía era todo sueño y los orgasmos le llegaban en
torrente con la luz fría y matutina de un domingo de diciembre mientras yo la
miraba absorto.
Conocía
bastante al hombre que empuje al tren, habíamos convivido juntos demasiado
tiempo, nos sabíamos de memoria, muchas noches en mi cuarto nos tocábamos en
silencio en una homosexualidad letárgica que hacia de preludio a un futuro de
puertas abiertas. El era guapo, sacaba buenas notas y había elegido la carrera por
descarte, como se toman las grandes decisiones de la vida. Me ponía enfermo su
porte aniñado, su falsa madurez, su vida ejemplar, pero al mismo tiempo me
resistía a dejarlo. Y quizá fue por eso que lo maté de repente, por impulso,
aquel verano del 91, cuando lo vi de espaldas al mundo y de cara al traqueteo
ensordecedor del tren que llegaba por el fondo. No sufrió.
Nadie me echó
la culpa, porque pocos se imaginaron que fuera yo quien le mandó a las vías y
al otro barrio. Sí, aquel hombre tan parecido a mi y tan distinto había muerto
sin un mal grito. Aquel al que tanto debo y al que nunca olvido. Aquel verano
yo tenía no más de 21 y aun ahora, me pregunto si fui a quien el tren pasó por
encima o fui sin embargo quien le empujó.
Fue aquél un muy buen verano, la verdad. También corrían mis 21, aunque que yo sepa no maté a nadie.
ResponderEliminarSalud y saludos.
Esa pregunta me la hice yo el día que me enteré que mi jefe era sólo un año mayor que yo. No se que hizo aquel chico durante su juventud.
ResponderEliminarAquel al que mataste se libró de un futuro al que quizás no habría sobrevivido, de condena llevas estos años a la espalda.
ResponderEliminarUn saludo
Yo ya trabajaba donde trabajo ahora pero recuerdo la noticia en el periódico y el debate sobre la usurpación a la intimidad si se colocaran cámaras en lugares públicos en aras del bien común.
ResponderEliminarGracias por los comentarios amigos/as
ResponderEliminarcasi no me da tiempo ni de contestar
y a mi me gusta hacerlo.
La madurez debe ser ese momento
en el que casi todo
hace mucho tiempo.