martes, 1 de diciembre de 2015

Aquel verano del 91



Leí a Heminway por última vez en el verano del 91, era Fiesta, volvía yo también de Sanfermin sucio y borracho. Dejaba atrás la adolescencia en prorroga, casi en fase de penaltys y me adentraba de golpe en una juventud inesperada, reticente para ser más exacto.
Murieron mis mitos de golpe, se volaron los muchos sueños que atesoraba y abandoné a la mujer de la que era amante en contrato fijo discontinuo justo antes de que nos descubriera su marido. Cambie de bicicleta tras el último verano, aprobé administrativo en septiembre, compre otro coche, bueno me lo regalaron, y era como yo blanco, resabiado y de segunda mano, y maté a un hombre, sí, como lo oís maté a un hombre.
Era joven, no más de 21, le empuje a las vías del metro de la línea seis. Entonces todavía no era circular sino que se cortaba entre Laguna y Ciudad Universitaria. Luego la transité cientos de veces durante las oposiciones en el 96 cuando dormía en la calle Aduana en un hostal de polvos superficiales y recepcionistas sin preguntas, pero entonces ya hacía varios años que había matado a un joven alto, guapo e inocente en una estación de escaleras largas y de boca gris que se volvía circular de repente.
Aquel verano se mezclaron las sensaciones y el alcohol, desengaños y besos abertzales; cursos de verano en la UPV todavía por llegar y un leve candor de mar en calma.. El sexo en el asiento de atrás, la España preolimpica, mujeres de plastilina que se deshacían en los brazos antes de la primera masturbación, inglesas indecentes del snoopys; profesoras maduras de cursos inservibles que te invitaban a entrar en habitaciones de estudiantes para regalarte felaciones de estreno. El verano del ahora y del futuro juntándose en un mismo delirio de frases inconexas.
El domingo tocaba pecado secreto, íbamos a misa en parroquias de barrio y después nos manoseábamos en sesiones interminables y adúlteras quizá porque sabíamos que nuestra relación prohibida estaba a punto de terminar. Nunca follamos. Sexo mucho sexo, un sexo opaco, iniciático, desmedido, profundo y superficial a un tiempo, porque entonces todavía era todo sueño y los orgasmos le llegaban en torrente con la luz fría y matutina de un domingo de diciembre mientras yo la miraba absorto.
Conocía bastante al hombre que empuje al tren, habíamos convivido juntos demasiado tiempo, nos sabíamos de memoria, muchas noches en mi cuarto nos tocábamos en silencio en una homosexualidad letárgica que hacia de preludio a un futuro de puertas abiertas. El era guapo, sacaba buenas notas y había elegido la carrera por descarte, como se toman las grandes decisiones de la vida. Me ponía enfermo su porte aniñado, su falsa madurez, su vida ejemplar, pero al mismo tiempo me resistía a dejarlo. Y quizá fue por eso que lo maté de repente, por impulso, aquel verano del 91, cuando lo vi de espaldas al mundo y de cara al traqueteo ensordecedor del tren que llegaba por el fondo. No sufrió.
Nadie me echó la culpa, porque pocos se imaginaron que fuera yo quien le mandó a las vías y al otro barrio. Sí, aquel hombre tan parecido a mi y tan distinto había muerto sin un mal grito. Aquel al que tanto debo y al que nunca olvido. Aquel verano yo tenía no más de 21 y aun ahora, me pregunto si fui a quien el tren pasó por encima o fui sin embargo quien le empujó.

5 comentarios:

  1. Fue aquél un muy buen verano, la verdad. También corrían mis 21, aunque que yo sepa no maté a nadie.

    Salud y saludos.

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  2. Esa pregunta me la hice yo el día que me enteré que mi jefe era sólo un año mayor que yo. No se que hizo aquel chico durante su juventud.

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  3. Aquel al que mataste se libró de un futuro al que quizás no habría sobrevivido, de condena llevas estos años a la espalda.
    Un saludo

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  4. Yo ya trabajaba donde trabajo ahora pero recuerdo la noticia en el periódico y el debate sobre la usurpación a la intimidad si se colocaran cámaras en lugares públicos en aras del bien común.

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  5. Gracias por los comentarios amigos/as
    casi no me da tiempo ni de contestar
    y a mi me gusta hacerlo.
    La madurez debe ser ese momento
    en el que casi todo
    hace mucho tiempo.

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