Llegamos a
Niteroi ya tarde, era una noche templada y húmeda de abril de hace casi quince años.
Andaba con sobrealiento en la emoción inesperada de verme en Rio, una de esas
ciudades con las que se sueña, pero en las que jamás se cree poder llegar a estar.
Ciudades de postal, en las que uno se imagina dibujando historias distintas por
vivir, acordes por escuchar y aventuras para contar. Rio es la ciudad que mejor
se vende así misma, sus playas, sensualidad, música, placeres prohibidos y pecados
que no regresan nunca en la maleta. Estaba cansado después de varias semanas
recorriendo países, pero también deseoso de conocer la ciudad, con esa
melancolía con aires de bossa nova que deja la tranquilidad del trabajo
concluido del que ya solo quedaba la reunión de cierre.
Saludé a los
miembros de la convención en la recepción del hotel. A algunos los conocía a
otros no y como el personal de asistencia del hotel se mezclaba con nosotros,
pensé que ella era alguien de la organización, bien vestida, pasaba los
cuarenta, seria y atractiva. Cuando nos saludó educada, mi compañero Ismael me
dio un codazo y desparramo los ojos en una puntuación no inferior al ocho y
medio, yo puse una sonrisa de cortesía y aquella mujer enlazó alguna frase neutra
en un español extraño y sugerente. Su mirada tenía aspecto de cansada, como de
volver de un largo viaje no sé si por países o por la vida.
Soy de los piensan
que las ciudades solo se abren después de la primera ducha, así que sin deshacer
siquiera las maletas me despedí y rompí la respiración con agua fría en una
habitación clonada de hotel.
Fuimos a cenar
todos en grupo a un restaurante junto a la playa. Lo siento, dijo el anfitrión,
pero hoy tienen actuación en el restaurante es el aniversario de una música que
tocan aquí y tendremos que comer en varias mesas separadas de seis o siete. No
sé si podremos hablar mucho conjuntamente, hubiera estado bien para conocernos.
Yo estaba agotado y la idea de tener que mantener conversaciones insípidas
poniendo sonrisa de reunión con gente desconocida se me hacía bastante cuesta
arriba, así que me senté en una mesa con mi compañero, unos españoles con cara
de estrangulados, un abogado peruano, y un par de huecos vacíos.
Llevábamos ya
un rato cenando. ¿está ocupada? Preguntó, disculpen la tardanza, y se sentó aquella
mujer rotunda desbordante de belleza y silencio. No creáis que soy un cortado,
pero de siempre me han impresionado las mujeres extraordinariamente guapas y
tiendo a no decir ni palabra, al punto que mi compañero me espetó al rato: Joder
que aburrimiento me voy a cambiar de mesa . Cuando subieron los músicos me
imaginé una bossa nova que me terminará de mandar a la cama, pero de repente
estallaron varios instrumentos a la vez en un ritmo vertiginoso y alocado con
pintas de improvisación. Aproveché para susurrarle al peruano que conocía ¿oye, esta
mujer es de la organización no? Qué va es la alcaldesa del pueblo de los
argentinos. No se preocupe casi no habla. Tampoco yo hablé más de dos frases y
me quedé enganchado a aquella música rítmica y absorbente salvo alguna mirada
de soslayo y alguna frase neutra de esas que llenan vacíos. Ella parecía
perdida entre los acordes y la tristeza, como si hubiera un lugar escondido
donde aquella música la llevara. Nos cruzábamos de vez en cuando nuestros silencios
y alguna mirada mientras en el escenario los instrumentos parecían llevar una
conversación divertida entre ellos.
La gente de la
reunión protestaba de aquella música y cenaron lo más rápido posible para
acodarse en la terraza de fuera, unos para conocerse mucho otros para conocerse
más. El resto se fueron yendo al hotel mientras personas del lugar iban
ocupando las mesas que dejábamos vacías. ¿Se viene con nosotros señora
alcaldesa? No gracias estoy escuchando. Nadie me preguntó a mí. Camarero por
favor sáquenos cerveza fría y dos vasos,dijo ella, que este señor y yo nos quedamos en
esta mesa a emborracharnos y a escuchar choro. Yo les pongo botellas hasta que ustedes me
paren, ya saben. Nunca he sabido decir que no a unas cervezas.
Otro día os
contaré cómo fuimos deshaciendo nuestros cansancios en una conversación de
pocas palabras y mucha cerveza. Luego paseamos hasta el hotel junto al museo de
Niemeyer lleno de curvas y vértigos como la madurez y en los asientos del
lobby del hotel alargamos la noche hasta la madrugada.
Hablamos de las
librerías de Corrientes, del Madrid de los Austrias, de las ciudades que
soñábamos todavía conocer. Hablamos sobre todo de esa música preciosa a la que
llamaban Choro y que aquella noche descubrí por primera vez y al final hablamos
de porqué las ciudades ajenas y los lobbies de hotel son tan peligrosos cuando
se está triste y solitario y encuentras a una persona con la mirada tan llena
de nostalgia.
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El choro se
toca en grupo con un cavaquinho (que para los de mi pueblo es un guitarrico de
toda la vida); con un par de guitarras de 6 o 7 cuerdas que se puntean más que se rasguean y se
hacen contrapuntos de bajo. La mandolina, con un grupo de viento sea flauta sea
clarinete lleva la melodía (si se pude hablar de melodía propiamente dicha en
el choro) y acompañan trompas y trompetas que imprimen carácter como de voz
rota en una canción de amor. Marca el ritmo la percusión con una pandereta y
otros chismes de los que desconozco el nombre. Es rápido muy rápido y los
instrumentos como si fueran un grupo de amigos charloteando en una mañana de
domingo a veces conversan todos en común mientras cervecean y otras veces se
van hablando por parejas en un dialogo en el que uno da pie al otro y el otro
le contesta. Cada uno aportando, recreando a su manera la historia que recita mientras
los demás llevan su conversación por otro lado, pero todos juntos a la vez. De
vez en cuando uno alza la voz como en las conversaciones de amigos y algún otro
le responde sin perder la mirada al conjunto y la sonrisa. El ritmo es complejo
no es tan reiterativo como la samba o la batucada, ni tan meloso como la bossa-nova
que sería más un susurro de amor en privado que de fiesta pública como el choro.
Cada reiteración de la estrofa principal es una invitación a la anarquía, a que
un espectador coja un instrumento y aporte su virtuosismo mientras pide al
camarero más cerveza. ¿De dónde llega esa provocación al ritmo? No se sabe muy
bien.
Unos dicen que, de las polcas centroeuropeas, otros de la percusión
africana llevada a Brasil con su instinto tribal y bailongo.. A mi el choro me
llama a lo instrumental, la samba me parece más de baile y la bossa más
cantable… aunque todos tienen algo de algo. El choro requiere de un virtuosismo
instrumental de nivel sobresaliente, o se sabe tocar o no se sabe, y es que hay
que ser un pequeño genio para hacer esos punteos y contrapuntos para los que
parece necesitarse quince dedos.
Si teneis ocasión ved la peli Brasileirinho (está en Filmin) es un documental que cuenta el origen y lo que significa el Choro y si no lo quereis ver os dejo enlace a mi lista de canciones del documental. (algunas de la propia peli y otras de otros grupos como la preciosidad de versión bole-bole que os dejo. La segunda y tercera fotos son mias de aquellos dias.
Esa frase final, "(..)ciudades ajenas y los lobbies de hotel son tan peligrosos cuando se está triste y solitario y encuentras a una persona con la mirada tan llena de nostalgia." ...tan cierta como contundente.
ResponderEliminarLa música me encantó... los brasileros saben siempre cómo hacerte mover.
Besos.
Gracias Alma,
Eliminarel teletrabajo se apoderó de mi y no he podido contestar.
echo en falta escribir cuentos, como antes.
Tengo 70 en la etiqueta Un cuento y a penas 7 u 8 de los últimos años.
Bss
A mi todo lo "brasileiro" me emboba.
ResponderEliminarYa sabes que a mi también pero cada cosa a su manera.
Eliminarla bossa tan tierna, la samba para ese arte que es bailar para el que no tengo ningún don y el choro para jugar y disfrutar.
Mirate Brasileirinho te va a encantar.
Besos.