Parece ser que los pingüinos recurren con frecuencia a la monogamia, encontrándose con la misma pareja cada temporada reproductiva. Sin embargo, pueden tener relaciones con otros durante el periodo entre temporadas o incluso en la misma temporada reproductiva. Es decir, lo que hemos hecho toda la vida pingüinos o no, los meses de verano con el rollico estival y las distintas concurrencias colaterales. Y esa es la ocurrente idea que ha encontrado Elena Laseca para escribir dos libros en uno: el de la pingüina estival y el de la pingüina de invierno que intenta con dificultad ser la misma.
Había unos veranos, esto lo cuento yo de mi mismo, en los que el discurrir del tiempo tomaba su propia vida: eran veranos inmensos, intensos e interminables, como si entre uno y el siguiente no hubiera invierno, como si el paréntesis perteneciera a otra vida. Y sin embargo en aquellos veranos, nos inventábamos entretiempos que hacían de nexo a nuestras superficiales vidas adolescentes.Los veranos contados, por su parte a nuestros amigos de invierno, no eran verdad, por supuesto, no tenían por qué ser verdad, eran una identidad soñada, imaginada que tan solo podíamos envolver en realidad en aquellas conversaciones tibias y nocturnas a la orilla del mar engalanadas con salitre, brisas y miradas. Era una verdad incierta, sin duda, que se recreaba ajena a lo que pudiéramos saber los unos de los otros, un relato sin validación posible que representaba un baile entre tules sugerentes y enigmáticos.
Ese juego de medias verdades entre el verano y el invierno hace también de mundillo al juego de bolillos con el que nos entretiene Elena Laseca. La vida es contada verano a verano (o más bien invierno a invierno) a saltos de año. Por una parte, los veranos en Conil de la frontera junto al tal Ian, personaje nefasto del que luego hablaremos o no, y de otra los inviernos madrileños como una crónica personal e interesante primero de los ochenta y que va avanzando llegando al 2000.
Elena jalona los años invernales con episodios de la transición que recuerdo con una década de desfase (yo soy del 70 y por entonces tendría apenas siete o diez años) y lo sazona con recortes de periódico de la época mezcla de lo social y lo político. Es un relato un poco Cuéntame, no he visto ni un solo episodio de la serie, más bien diría This is us, aquí he visto todos pero es americana; También Los añosnuevos de mi querido Sorogoyen, y un poquito de It´s a sin; esto lo digo así de resbalón sin ganas de espoilear como hizo el premio de las letras aragonesas en la peor presentación de un libro que he visto en mi vida y que me ha obligado a retrasar la lectura hasta que he logrado olvidarme de todos los spoilers que contó para presentar la novela.
Como os decía, Llámame pingüina no es un libro sino dos: el uno interesante, invernal, lleno de recuerdos recreados y personajes reconocibles de los ochenta a través de una historia familiar en ese proceso de emancipación (y ya que hablamos de pajaricos: del intento de salir del nido). El otro el estival, en mi opinión perfectamente prescindible con independencia del gracioso símil de los pingüinos y su retorno recurrente al parejo follamigo a tiempo parcial (más bien fijo discontinuo).
El libro se me ha quedado escaso y excesivo a un tiempo. Excesivo en lo que afecta a Ian, tan intenso, tan misterioso, tan sobrante… en fin que le he pillado bastante manía. La edición no ayuda en esa necesidad de paginear constantemente con una letra tan grande y tan espaciada que hace de una hoja tres y que en su parte de Conil he ido empujando, a duras penas, para reencontrarme lo más pronto posible con el personaje de Candela en Madrid que sí que me ha atrapado.
Me encanta la manera de crear personajes de Elena, lo hace en La hija del italiano, lo hace en la colección de postales de Ropa tendida y lo hace aquí. Y digo que aquí se me hace escaso porque algunos personajes son a la vez apasionantes pero efímeros. Personajes que entran y se escapan a medio hacer. Me fastidia el tiempo que gasta en el pingüinismo del Kiwi y su vida presuntamente apasionante mientras demora un montón de hilos con los que podía seguir tejiendo el interesante relato de invierno.
Candela es un personaje entrañable, escrito en el estilo directo de Elena con pocas concesiones al barroquismo y muchas a la historia interior en el contexto de una época todavía por discutir. Leo desde hace tiempo un cierto ajuste de cuentas con la movida madrileña, no tanto un desprecio, como reconocer un desajuste entre los Almodovar con perricas en Panama y los que abandonaron este mundo con el brazo banderillado de heroína y el cerebro reseco para siempre. Y es que igual la movida y el sobrevalorado Tierno no fueron tan guays y los ochenta no fueron tan nuestros.
Aparece de nuevo, como en La hija del Italiano, el personaje de la tía, riquísima en matices aprovechables, en contraposición a los padres y hermanas en una vida media de clase media no por ello menos interesante. Candela se hace mayor a través de los desencantos como una transición no solo política sino también personal. Una transición al mismo tiempo prometedora y dolorosa como aquellos ochenta que yo viví entre algodones y la protagonista y otros en un funambulismo vital sin red.
Elena Laseca trae una vez más en Llamame pingüina una reivindicación de la mujer que crece y se va haciendo; una mujer que reivindica su libertad en un contexto poco favorable lejos de un idealismo ochentero. Cerca de la lucha agridulce cotidiana de la mujer y lejos de la autofelación pinturera de la movida promovida por el ayuntamiento.
A mi entender, a Llámame pingüina le sobran páginas. Ian aporta poco y la maquetación menos. (Señores Imperium porfa, vuelvan al formato de la Hija). Sin embargo, es una lectura placentera que recuerda agradablemente a su anterior novela que tanto me gustó. No es ningún secreto decir que Elena Laseca es ya un referente en las letras aragonesas de los últimos años y que aunque en está novela hay cosas que me han gustado menos sigo considerándola una escritora a seguir.
Por cierto no os perdáis la banda sonora que alimenta toda la novela, está en spotify; (de la inclusión de la canción de Quique Gonzalez me siento orgullosamente un poco culpable pero no se lo digáis a nadie), os la pongo.
Otros posts que he escrito de libros de Elena Laseca:

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