domingo, 14 de abril de 2024

Ropa tendida. Elena Laseca. La delicia de escribir en corto, Opinión.

Ropa tendida de Elena Laseca es un libro de inicios, una colección de primeras páginas, una relación de promesas de novelas excelentes por escribir.

En cada entradilla, tras la acuarela, te imaginas que pudiera venir una historia larga llena de frases ensortijadas, barrocas y colombianas en el sentido más macondiano de la palabra y sin embargo te encuentras con la sencillez de tres páginas muy bien escritas que quedan en un esbozo, nada menos, de lo que podría ser o que será cuando la escritora quiera convertirlo en novela. No lo entendáis como reproche, más bien como una alabanza de un estilo sencillo, pulcro, concreto tan ajeno a mí. Tres páginas por historia, no más.

Elena nos regala un libro de sugerencias y aprovecha pequeños matices del día a día para convertirlos en historias insinuadas: la ropa del vecino en la luna comunal, los amores adolescentes colgados del pueblo de verano, la soledad inspiradora descubierta tras la reclusión de pandemia y los polvos que dejamos de echar por no prever la oportunidad a tiempo o descubrirla a destiempo.

Cuando me jubile e intente contar las historias vividas de las que me habré olvidado, rescataré para inspirarme este libro de insinuaciones a medio hacer y cosas sencillas. Elena enuncia, abre, regala la historia en su estilo sin alharacas, en frases cortas tan lejos de mi borrachera de subordinadas y desmesura adjetival. Es como si nos dijera: aquí a lo que estamos, ni un regalo pinturero, ni una frase de más, pero al mismo tiempo mucha insinuación y tentaciones por consumar.

Lo más curioso es que, a pesar de cortas, son historias con final que es como me gustan a mí los cuentos, nada de digresiones sin estación de destino. Quizá demasiado tristes, quizás demasiado rotundas, pero siempre con final; ese final que podría venir tras muchas páginas después pero que aquí te lo encuentras de sopetón e inesperado casi al punto de empezar en toda su contundencia. Por lo demás un rumor reivindicativo que siempre acompaña a los temas de los que escribe Elena: Mujer, justicia social y compromiso con su entorno (nuestro entorno) tanto de vida como de ciudad.

Leeros este libro de cuentos breves, ni siquiera llegan a post, es una delicia para los que os guste la escritura de frases cortas hablando de lo cotidiano. Más Pamies que Carver, más Zaragoza que Nueva york. A mi Elena Laseca me gusta mucho cuando escribe en corto, ya lo de dije en un post laudatorio de La Hija del italiano, que no sé si era novela breve o cuento largo, excelente en cualquier caso y que me encantó. No puedo hablar de sus novelas largas, porque aunque me miran desde mi estante, no me han conseguido todavía enganchar; de todas formas para qué, si disfruto tanto con sus escrituras en corto.

Se me ha olvidado contaros lo bien editado que está el libro. Imperium. Letra amplia, legible, con títulos bonitos simulando manuscrito y una acuarela final de cada cuento a color de Mercedes de Echave que tiene la genialidad de condensar en un dibujo toda la historia.

Lo dicho compradlo y leerlo.

martes, 26 de marzo de 2024

Reflexión en el primer día tras la tormenta.

 Nunca se deja nada del todo. Los cambios llevan en la mochila el tesoro de la experiencia. Somos lo que somos porque hemos sido. 

Estas últimas semanas he convivido con excelentes técnicas y técnicos de treinta y tantos en los que me he visto reflejado a mi mismo hace veinte años hoy que doblo cansino el folio de la cincuentena.

Y me pregunto, si no seremos nosotros ahora esa generación tapón a la que acusábamos de inmovilista, burócrata y aprovechada. 

Igual no hace falta irse, pero sí echarse a un lado. Que tomen las riendas ellos, que nos saquen los colores por tanta política y actuación de pladur en estos tiempos de corchopan y letras copóreas que acaban en la basura.

Animemoslés a que si les hacemos falta, se sientan cómodos pidiendo nuestro criterio, sin miedo a que les reprochemos sus opiniones.

Nunca se deja nada del todo. Pero no podemos seguir siendo los viejos gordos que se conocen, se odian pero no se matan, dejando que treintañeros se quemen en el campo de batalla.

No sé, pero ultimamente tengo una necedidad de tomar pausa y aliento, no para pararme, todo lo contrario, sino para contribuir a empujar y poner en contacto a tanta gente joven que sumada multiplica.

Que tentación de poner estos pensamientos en el linkedin con corbata y a cara descubierta y no en el trastero de jack malloy con la cara de mr floppy en el blog



miércoles, 20 de marzo de 2024

Ochenta dias de verano

 

Aquellos días de verano, 

sin prisa, 

sin nada que hacer. 

Con el tiempo que pasaba lento,

sin dañar, 

construyendo futuros recuerdos.

Así era, exactamente así

el espacio donde yo vivía ochenta días al año

veinte años

y me siguen durando la vida entera.


domingo, 10 de marzo de 2024

Montero Glez "La vida secreta de Roberto Bolaño" Opinión y crítica

 

Los libros de Montero Glez como los buenos polvos piden volver a empezar en un segundo intento nada más acabar. Un segundo intento sin premura y sin ni siquiera tener la certeza de poder terminar, ¿para que vamos a ir con fantasmadas? Recrearse en el placer sin prisa y sin objetivo, detenerse en los detalles que la pasión inicial nos hizo pasar por encima. El embeleso de lo actual convertido en incierto; recrearnos en la lectura pura sin tiempo ni contratiempo argumental que despiste.

Juan Manuel de Prada tiene un libro recopilatorio reciente que me he leído y me ha gustado bastante que se titula “Tipos raros como yo” en su primera parte (la mejor porque luego decae mucho)  repasa escritores bohemios de principio de siglo en Madrid. La vida secreta de Roberto Bolaño es también un poco eso: tipos raros como él, como Montero Glez y otros como los que no quiere ser. Autores inventados, mejor dicho, autores reales invitados a formar parte de los cuentos que se relatan en una noche de borrachera larga con viento de poniente. Qué más da lo cierto o lo incierto si está tan bien contado. Metaliteratura en carne viva. Borroughs, Kerouac, Vila Matas o el empalagoso de Bolaño como protagonistas. Suprimir fronteras, abreviar el estrecho entre autores y personajes, como si entre Tanger y Tarifa no hubiera mar.

Montero Glez escribe un libro de literatura a través de cinco relatos, todos distintos todos enlazados, con el amor a la escritura y a la lectura como punto de encuentro. La vida de autores, pintores, cantantes de madrugada en el Madrid de los noventa. Montero disimula poco entre los que le caen mal y los que le caen bien. Marías, Bolaño, Vila Matas son de otro equipo; incluso Cercas y Reverte (Marsé es del suyo, claro, como lo es del mío). No penséis en agresiones, pensad en digresiones malvadas al hilo del cuento. “A Bolaño le faltaba el calambre de la metáfora”; “Marías escribía mucho para no contar algo”… ¿adivinad quien dice que es el hijo bastardo de Hemingway? Me parto. No es obligatorio coincidir con don Roberto para leer este libro con entusiasmo, hacedme caso. A mi Fiesta, por ejemplo, me encanta y a él parece que no.

A este libro se puede llegar por dos caminos: teniendo una base de cultura literaria, artística e incluso política ochentera bestial, que no es mi caso; o como he hecho yo, para qué engañaros, tras hacer una lectura inicial sin paradas, acometer una segunda lectura Wikipedia en mano. Montero Glez nunca escribe sin porqué, nunca inventa sin vivencia, otra cosa es que luego se recree en la tendencia hacia sus lugares comunes: el Madrid post transición, tan lejos de los reyes del pollo frito y tan cerca de los ceesepes, Garcia Alix, Ouka Leele y demás “tipos raros” que ya conocimos en “La imagen secreta”; en fin, la cara B de la movida promovida por el ayuntamiento; la cultura en los márgenes que no es lo mismo que la cultura marginal. Decía que regresa a sus lugares comunes en el sur del sur. “La vida secreta de Roberto Bolaño” nos miente desde el primer momento; bueno antes, porque nos miente desde el título y nos reencuentra con viejos conocidos sureños como el cuentista Luisardo en Cuando la noche obliga convertido en Chukri esta vez en Tanger en lugar de en Tarifa.

Es un libro iconoclasta, contra todo autor convertido en mito a fuerza de babelizarlo. Es un libro de libros que al mismo tiempo se separa de esos autores que hacen de su vida un libro o lo que es peor de sus novelas manuales ficticios de literatura. Hay libros que nacen minoritarios y este es uno de ellos. Nos dice Montero que “nunca quise ser escritor, tan solo quise escribir”. De eso va este libro de la pasión por escribir sin la etiqueta sobrevalorada de ser escritor. Un poco lo que os contaba en este post de hace años.

jueves, 29 de febrero de 2024

Añorar la rutina fria de otros febreros

Los inviernos ya no tienen febreros

se hacen bisiestos,

como si  una enfermedad sin nombre

atenazara los años.

Cuesta respirar y las toses congestionan

los autobuses urbanos

mientras las personas bajan sus cabezas sumisas

a las aspas del guasap.

Cada mañana se parece a la anterior

en una rutina perezosa y cómoda

y es que,

conforme avanzan los años 

se aprecia más el valor de lo mismo

y la añoranza de los días iguales. 





jueves, 22 de febrero de 2024

Josep Pla y Victor Erice o el elogio de la lentitud.

La descripción de la lentitud solo está reservada a los genios, a quienes saben utilizar palabras e imágenes con pincel fino, a quienes no necesitan de lo trepidante para tenerte absorto en la página o la secuencia. Me he terminado el primer año 1918 del Cuaderno gris de Josep Pla (Traducido por Ridruejo y su esposa Gloria de Ros). Y casi sin querer y a un tiempo me he visto Cerrar los Ojos de Victor Erice.

Erice es un maestro de la luz y la lentitud, que no siempre coincide aunque también con el primer plano. Cada mueble, cada doblez de un paño, cada reflejo en una cara, cada cosa que aparece en la imagen está pensada y repensada para construir un cuadro. Me ha recordado al primer Sorrentino a aquel de Las consecuencias del Amor y también al posterior, al de los Papas (especialmente el de Malkovich) donde la belleza sobrepasaba el argumento. 

 

Josep Pla se encandila en los colores y los olores, en los vientos que soplan y en los recuerdos que vuelven, un diario que se inicia con el cierre de la universidad por la pandemia (de gripe del 18) y que se va demorando durante un año contando la vida de sus amigos, de su familia; reflexionando sobre lo días frios e impares de un febrero cualquiera en su Ampurdán vivido como un libro. Y sobre todo sabiendo a sus veinte años que escribir es lo que va a hacer toda su vida, nada menos.

Y a la delicia de Pla, hay que sumarle la traducción de casi 900 páginas de Ridruejo buscando y encontrando el adjetivo perfecto en español que encaja en el puzzle de cada frase, el verbo que te lleva en brazos, la descripción que acuna dulce y lenta de fondo. Dice Jose Luis Garci, otro maestro de la lentitud, que El Cuaderno gris es uno de sus libros favoritos, no me extraña. Es como esos cuadros en los que se puede acariciar el olor a leña, la bruma de mañana, el viento tibio del atardecer rojizo frente al Mediterraneo.


Erice pinta un lienzo, lo hace equilibrado, ordenado aunque sea del desorden. Que belleza la primera imagen abriendo las ventanas y luego cuando nada más se necesita aparecen los personajes y los diálogos pausados y las caras que todo lo reflejan. Que maravilla el reencuestro de Manolo Solo con Soledad Vilamil ( El secreto de sus ojos) todo lo que se dice y lo que no en ese espacio a medio iluminar lleno de recuerdos y explicaciones pendientes. Qué maravilla la aparición de Coronado, esa proyección final en el Cinema Paradiso queriendo recordar, digo olvidar, tantas vidas que han quedado por el camino.

Y es que al final el momento que evoca prevalece sobre el relato explícito. Y la elipsis forma parte presente entre lo que se muestra. Los años que no se ven se recrean en el espectador y el lector como si los hubieran contado. Y al final cada página, cada encuadre es una obra maestra.

(Me tengo que ir pero seguiré contando)



martes, 6 de febrero de 2024

No te veré morir. Muñoz Molina. Opinión y crítica

 

No te veré morir de Muñoz Molina tiene la extraña cualidad de que la mitad del libro se te hace largo porque te explica todo tan ralentizando que llegas a la desesperación y la otra mitad se te hace corta porque quedan tantas cosas colgando que te parece increíble que solo te queden ocho o diez páginas para terminar.

El libro empieza con una sola frase de setenta y tres páginas, como lo oís, con una sola frase que se va en religando página tras página (ríete de Marías) y a la que disculpen mi tontuna no le encuentro la mínima utilidad más allá de pasar al campeonato mundial de frases largas.

Muñoz Molina siempre escribe bien, pero no siempre escribe entretenido y esta es una de esas ocasiones en las que la diversión no concurre. A mí me gustan mucho El jinete polaco y Plenilunio y muchísimo Los misterios de Madrid que siempre los sabios del babelia la relegan a libro de segunda cuando es un librito entretenidísimo y excelente. Sin embargo, El invierno en Lisboa se me hizo bola como se me ha hecho ésta, no es que esté mal escrito, es que no es entretenido, sin más.

Y no es que el libro no toque asuntos para darle a la mollera. Muñoz Molina tiene un especial arte para tratar con mimo y profundidad los temas que toca (leed Todo lo que era sólido).  Me imagino que cuando se llega a los setenta que tiene el protagonista (incluso cuando estas en los 50), va de sí reflexionar sobre todas las vidas que te has dejado por el camino voluntariamente o no. La vida que te haces y la vida que te hacen o te han hecho. Una vida que se vive como si alguien la hubiera preparado para ti y no hubieras tenido valor para cambiarla. La vida que se elige a fuerza de renuncias. Y un día te vas de Madrid y de repente han pasado cuarenta y siete años y has triunfado en lo laboral y en lo familiar pero en lo personal convives con tus añoranzas inconclusas para siempre. Esta novela podríamos decir, en plan intenso, que es la novela de la elipsis. Unos zagales que a los veintitantos están enchochaditos, pero que él se va a los eeuu y pasan cuarenta y tantos hasta que se reencuentran.

Muñoz Molina nos presenta un libro de apariciones y desapariciones sorpresivas. Cuando se cree que el padre no va a aparecer más, resulta que aparece tras la guerra y sin embargo ese “hasta pronto, enseguida volveré”, se convierte en un hasta siempre sin terminar de explicar el porqué. Y el que espera desespera, como el narrador del segundo capítulo que cae en la desidia vital. Y la convivencia necesaria con los recuerdos, a veces, es el signo de cobardía de los que no se han atrevido a revivirlos para repararlos.

Las voces del narrador se aparentan tramposas en no te veré morir, a medias testigo, a medias omniscente. Unas veces desde la primera persona y otras en contrapunto a través de la narración que de mí hace una persona que me conoció (Coetzee hacía algo así en Verano). Y lo más chocante a mi modo de ver, cuando te das cuenta de que la manera de recordar a veces se convierte en una manera mentirosa de reconstruir el pasado. No os creáis del todo al narrador, por muy ilustre y confiable que resulte, porque a veces, solo repintando la memoria se hace ésta soportable. Y muchas veces, las más de las veces, las cosas no tienen más explicación que la escusa de no haberlo hecho y repensar es rayarse la cabeza sobre todo cuando difícilmente hay una vuelta atrás.

Hay más temas como la contraposición entre el Madrid sesentero y los eeuu soñados de entonces. El coñazo de la vida académica y universitaria, la vacuidad de la filantropía a gran escala y el aburrimiento de los salones de té en casa del señor embajador.

En fin un libro que como esos exámenes de séptimo de EGB el profesor te ponía un seis y luego te decía no es que no te merecieras un notable pero tu puedes hacerlo mejor.

viernes, 2 de febrero de 2024

Evole, Motos, series de enero y pelis que optan a los Goyas.

 

Veo pocas series, tienen que estar muy recomendadas, para que alimente mi paciencia y aguante el despedace de una historia en capítulos. Este enero he visto La Mesías y voy por el tercer capítulo de la cuarta temporada de True detective. La mesias me la ví de tirón un domingo de frio y penumbra, todos los episodios de golpe; los javis me encantaron en Paquita Salas y con sus peculiaridades me han gustado también en ésta. El papel de Roger Casamajor es sensacional, en mi opinión el mejor sin duda de todos. Me pareció especialmente brillante como se contrapone el teatro como medio de huida al enclaustramiento fanático. De ellas, de las mesías, me quedo con la primera, Ana Rujas (pufffffff), después desgraciadamente caen en el histrionismo propio de los autores que controlado pone su tensión y amenidad pero desbordado achicharra el argumento. Y eso que las actrices son nada menos que Lola Dueñas y Carmen Machi. La peli deambula (a veces se pierde) entre la religión y la espiritualidad; entre el fanatismo y la libertad de cada uno para esclavizarse como te da la gana. Y un tema que subyace, sobre en qué momento debe intervenir el Estado por encima de la voluntad de los padres. Pero bueno es un debate que nos mete en terrenos pantanosos ¿pueden diez padres que viven en un pueblo perdido sacar a sus hijos del sistema educativo?¿Pueden los padres censurar un determinado contenido educativo o extraescolar de un cole?¿Se debe sacar a un crio de su familia cuando los padres suponen un riesgo por religión o ideología o es peor el remedio que la enfermedad de internarlo en un centro? Cosas como estas subyacen en esta serie que en general me gustó. Me guardo el comentario de True detective para cuando termine, pero los dos primeros capítulos son impresionantes. Jodie Foster y Kali Rais tremendísimas. La construcción del microcosmos excepcional. Ya os contaré.


 No veo ni a Evole, ni a Pablo Motos. Sencillamente no me gustan. Evole es un entrevistador que sobreedita sus entrevistas por lo que no sabes si el entrevistado lo ha dicho así o es un cortapega de Evole para hacer ver lo que le da la gana. Pablo Motos, por su parte, presenta un teletienda sin más gracia ni fundamento. Al menos lo hace en directo. A los dos les han machacado por un par de entrevistas: Evole a Josu Ternera y Motos a Sofia Vergara. (pufffffff) Este enero, decía, me he visto las dos entrevistas y en contra del criterio general me han gustado los dos. Motos y Vergara juguetearon en directo en una conversación amena y fluida. No hay que sacar más, ni el programa da para más. Pero las redes se ensañaron con Motos que es tanto como posicionarse por Piolín en lugar de por Silvestre como si fueran personajes reales. Es un juego y Motos consiguió un día más su objetivo que es tener a la gente pegada una hora a la tele en máxima audiencia para venderles fregonas, libros y cintas de video. Disculpen pero soy mucho más de Wyoming, puedo discrepar de él, pero los guiones están mil veces más trabajados y ocurrentes que el concurso de felaciones de Motos.

Pero así está este país. Un país de militancias en los que los posicionamientos no se defienden con argumentos sino encasillando al otro, también a los periodistas. Y si es necesario explicar que a un tipo que supuestamente planifica y ejecuta una rebelión se le debe juzgar (otra cosa es que le condenen) es que nos estamos yendo de cabeza. Sea cual sea la posición política que se tenga.

Por su parte y sin que sirva de precedente también me gustó la entrevista de Evole a Josu Ternera. Cuando a este tipo, Josu, lo han seguido miles de personas, le han hecho diputado de su región y ha sido líder de un grupo, grupo terrorista, pero un grupo a fin de cuentas, uno se imagina un tipo carismático, con esquema mental (criminal o no) claro. Ideologizado, pero con un orden de discurso para convencer a alguien. Sin embargo, la entrevista desenmascara a un oligofrénico a quien la historia le hace un gran favor poniéndole el calificativo de líder cuando es un enfermo mental sin luces y además un cobarde que echa las culpas a los demás de su grupo.

Le han acusado a Evole de dar la palabra a un criminal, para explicarse. Sinceramente hay algunos imbéciles para los que la mejor manera de descubrirlos es dejarlos hablar. Y este es un caso de ellos. Ninguna coherencia en el discurso, se cabrea cuando el entrevistador le repregunta, mirada más perdida que lo perdido que está él y sobre todo cobardía. Cuando él era jefe dice que la responsabilidad la tenían los ejecutores y cuando él era ejecutor dice que era un mandado. Cobarde muy cobarde. Lo que es un criminal ya lo sabemos, un tipo sin escrúpulos ya lo sabíamos, lo que era un imbécil de capirote lo descubrimos mejor al oírle hablar. Y Evole consigue que no calle y que se desenmascare desde el primer segundo. No me llame Ternera, le dice a Evole. Hace mal, quizá Ternera aguanta el mito (malévolo pero mito), mientras Josu Urrutikoetxea es un tipejo propio de frenopático. Qué cegado tiene que estar alguien para haberle apoyado y que intima vergüenza tiene que sentir ahora. Ya verán dentro de unos años los desmarques de algunos que tengo por sensatos defendiendo lo indefendible en estos días de leyes imposibles.

Como se me está haciendo largo, dejo para otro post el libro Mujeres que follan de Adaia Teruel. Me ha hecho pensar mucho sobre como la identidad de muchas personas (en este caso mujeres) se construye desde la sexualidad mejor o peor vivida y a la inversa cómo la identidad y sus fronteras define la sexualidad que se tiene que vivir. Quizá un poco sesgado en la elección de las entrevistadas, pero libro recomendable.

También dejo las pelis que he visto en el cine. La sociedad de la nieve en la línea de Bayona: espectacularidad, superficialidad y vacuidad argumental . A mi no me gusta. Tampoco me gustó Anatomía de una caída. Sobrevalorada. Puedo echarle la culpa a un doblaje pésimo, pero es que el argumento y el juicio se hace interminable e increíble. Salvo la discusión entre el matrimonio el resto prescindible.

 


En la tele he visto Creatura, Un amor y 20000 especies de abejas que optan las tres a los Goyas. Un amor no me gustó nada pero igual estaba un poco condicionado por lo poco que me gusta Sara Mesa la escritora de la que trae causa. Creatura la vi con mucho entusiasmo porque me la habían recomendado y lo cierto es que las actrices lo hacen muy bien pero el hilo de continuidad del guion se desmadeja; me cuesta encontrar el vinculo entre la infancia y la madurez de la protagonista. Es bonita de imagen, tiene su aquel de contenido pero me falta algo de enlace.

20000 especies de abejas es la que más me ha gustado de las que he visto. Patricia Lopez Arnaiz lo hace sensacional, (Puffffff también recordando mi olvidada querencia filovasca) papelón como madre y también el de Sofia Otero. Vamos a ver, no es un peliculón, pero como pasaba en Cinco Lobitos y en cierto modo en Patria muestra ese salto generacional de la mujer. Las tres se encuadran en un marco vasco, con una iglesia y un monopartido confesional asfixiante y cómo la siguiente generación  de mujeres tienen que luchar contra la inercia de lo ancestral machista y farsario de sus madres con una visión distinta de la vida sin dejar el cariño familiar.

Bueno, pues aquí dejó Enero acostado en su almohada de niebla. Otro rato os cuento de libros.