viernes, 31 de mayo de 2019

Si no existiera mayo.


Imaginaos, aunque solo fuera por escribir de algo, que no existiera mayo, ni sus jodidas flores a porfía, ni sus flores a María que madre nuestra es. Imaginaos que mayo no fuera cuando aprieta la calor, ni cuando los trigos encañan y están los campos en flor. Imaginaos que Bebe nunca hubiera cantado con Pastor esa preciosidad de canción donde se va el tren y también el barco y se esconde un mayo en el bolsillo de futuros inciertos besando estatuas de sal.
Yo no podría vivir sin mayo. Sin ese preludio de estío, sin que el verano se agazape disfrazado de primavera, sin que tenga treinta y un larguísimos días contados uno a uno en un descuento lento hasta ver el mar. En mayo se preparan exámenes, se agotan las noches que empiezan a prolongarse, se mira por la ventana en las madrugadas templadas y promiscuas cuando a penas sin ropa, se escucha la radio mientras se memorizan lecciones por aprender.
Aquel mayo del 86 entré por primera vez en una discoteca, me sentí al mismo tiempo raro y aprendiz; mayor y minúsculo; feliz e incompleto (ósea adolescente). Un poco por hacer, un poco fuera de sitio y al mismo tiempo siendo con la intensidad de saberme yo mismo. Llevaba un calendario en la cartera donde subrayaba fechas significativas que aun guardo. Y empecé a escribir con la imperfección y la naturalidad de un chaval de segundo de BUP un diario de ilusiones y versos sin pulir.
Buscaba por allí a alguna chica a la que hoy negaría tres veces (incluso más) y me largaba a casa con una mezcla de envidia y agradecimiento a quienes me habían invitado a ir. Recuerdo, y me podéis llamar blando, aquellos atardeceres añiles desde mi sitio en clase junto al ventanal, donde soñaba besos y nostalgias que se me hacían imposibles, mientras el profesor recitaba para nadie la clase de inglés.
El mayo del 88 también fue especial. No hice ningún examen fin de curso, me daba igual la selectividad, andaba sobrado, no tenía nota de cierre para lo que quería estudiar y ya sabía la farsa que era el rollete de tanto examen final.
Me recuerdo tomando el sol en una piscina en un camping de playa llena y vacía a un tiempo, como están las piscinas recién abiertas a finales de mayo. Era un camping nuevo, nada conocía de él y soñaba y soñaba en la desidia perezosa de las tardes sin quehacer. Imaginé veranos futuros que por esa casualidad del destino, coincidieron con lo que fue, Y poco a poco en aquellos veranos imaginados fui construyendo mi mayoría de edad.

Luego vinieron muchos mayos más: el de París de la recopa, el de 2014 que me marché a Disney con mi mujer y mis hijos a ver juntos los fuegos más bonitos que haya visto jamás. El del 16 nos fuimos a Florencia a aquella casa perdida en los jardines de Bobolí donde hacíamos el amor respirando tibieza, belleza y soledad.
Me hice un hueco en la memoria entre las columnas listadas de la catedral de Siena y nos perdíamos por carreteras secundarias de la Toscana y el Chianti imaginando futuros recuerdos por contar.

Recuerdo el mayo del 17, aquel viaje a Badajoz y Portugal con aquel desasosiego laboral tan intenso del que aun hoy me cuesta escapar. Un viaje como un fado tan perfecto e hiriente, tan bello y tan triste; con esos abrazos de cobijo ante un desconsuelo tan ridículo, pero tan profundo, con aquel sentimiento de gatillazo vital.
Después ya se va yendo la gente con otros mayos, los amigos, los padres, los abuelos y te reconoces como un ser con fecha de caducidad. Me recuerdo andando por Triana en la mañana de domingo que como una alegoría de ir viviendo regalaba postales sin saber lo que vendrá.
Imaginaos, aunque solo fuera por escribir de algo, que no existiera mayo, ni sus jodidas flores a porfía, ni sus flores a María que madre nuestra es.

martes, 28 de mayo de 2019

Lucía en la noche. Juan Manuel de Prada. Buena cerveza pero con mucha espuma

Juan Manuel de Prada rebusca siempre la palabra menos usada, la que permite burbujear a la frase, la que hace añadirle un tono impostado y que… no se lo digáis a nadie, pero que a mí me gusta. Siempre pone espuma a la cerveza, a veces tanta espuma que parece que está mal tirada y es que quienes amamos la cerveza sabemos que la espuma es necesaria, pero en demasía rebosa y requiere asiento.
Lucia en la noche, recupera a Alejandro Ballesteros el personaje ditirámbico, excesivo y relamido que ya nos acompañó en La Tempestad y en Mirlo Blanco, Cisne negro. Es lo de menos, no hagáis el pardillo como yo y os releáis el libro anterior intentando recordar quien cojones era Rosario Tena y quien era Cifuentes, hacedme caso, da lo mismo.
Alejandro Ballesteros es un escritor afamado que en ambos libros se desplaza entre el novelista delicado y el tertuliano pajillero de mire usted. Pero hay una diferencia en Mirlo blanco el burbujeo, si bien atrayente, carecía de historia detrás y en Lucia, sin embargo, el argumento está más trabajado y nos permite ir de la mano sin escaparnos por el proceloso mundo de las frases ensortijadas de de Prada.
Alejandro Ballesteros está como aquel que dice hasta los güebos de haber optado por frecuentar tertulias televisivas en lugar de escribir preciosas y refinadas novelas; de preferir ganarse el garbanzo en la telebasura que en la literatura (como si fuera menos basura) y de repente conoce a una chica que le cambia la vida. ¿Quién es esa chica? ¿A qué se dedica? ¿Cuáles son las razones de enrollarse con Ballesteros? ¿Conocemos verdaderamente a las personas de quienes nos enamoramos? Esa es la cuestión que nos cuenta la película. Y digo la película porque durante todo el libro me dio pinta de perfecto guión adaptado para miniserie de Telecinco.
A mi, qué queréis que os diga, me ha gustado. No optará al mejor libro del año, no figurará en las listas de novelas que debes leer antes de morirte, pero me ha gustado. Yo creo que el efecto me durara más que Mirlo blanco que en principio me gustó pero luego se fue desvaneciendo como pompa de jabón. Personajes más trabajados, argumento más hilado, no cae (cosa frecuente en Juanma) en su metaforismo etílico y aunque en ocasiones se enreda en sus habituales onanismos argumentales  digamos que lleva la cosa con bastante dignidad. (salvo el epílogo)
Como digo siempre, de Prada tiene la virtud de causar repelús en una gran parte de la población, da igual lo que escriba o le que diga; su pinta causa repelús y ya está. Eso es sentimental y no se puede discutir. Pero sin embargo, domina el español como pocos, regala palabras por estrenar y frases cuya estructura ensortijada no empece para una elegancia indiscutible.
A mi de las tres o cuatro novelas con pretensiones históricas no me ha gustado ninguna, es más de casi ninguna he logrado pasar del tercer capítulo y de Me hallará la muerte que lo logré, me sigo arrepintiendo y me retorna en forma de pesadilla somnífera (disculpad el oxímoron). Sin embargo, las que aportan un punto más personal sí que me gustan. La vida invisible me encantó, incluso la planetaria La Tempestad que a la gente le repele a mi no me pareció mal.
Bueno, lo dicho si, como yo, eres de los que Juan Manuel de Prada no te produce repelús puedes lanzarte a leer esta novela y te gustará; si eres de la mayoría que os saca de vuestras casillas ni lo intentéis porque el tono es ese relamido que justificaría vuestra agresión física al autor. A mi me gusta, incluso me deja un cierto retronasal que pinturrajea lo que ahora escribo con ese tonillo a gafotillas de tercero de la ESO. Incluso me he comprado en el rastro por 3,50 Las mascaras del héroe en papel que dicen que es el mejor libro del heterónimo de Alejandro Ballesteros.

domingo, 19 de mayo de 2019

2666 de Bolaño.Opinion. Santa Teresa, sexo, literatura y violencia


Si os dijera que 2666 de Bolaño es una mierda de libro primero os mentiría y segundo sonaría a rabieta de lector radical, crítico sin matices. Tampoco voy a seguir por la milonga de si es un libro gordo, flaco o metrosexual, eso son estrategias comerciales de la editorial que nada tienen que ver con la calidad: podrían haberlo sacado en cinco libros, andarse con memeces de trilogías o, como han hecho, editarlo en formato de cuña para calzar el coche cuando cambias la rueda. Ni lo uno, ni lo otro ni quita ni aporta nada a la novela.
El señor escritor se ha muerto, pues sinceramente lo siento, pero tampoco vamos a subirlo a los altares por culpa de haberlo ignorado en vida. Fue un libro póstumo pues que hubiera empezado antes. Dicen que inacabado, pues a mi me recuerda a los partidos del Zaragoza que aunque duraran tres días más no aportarían ni una pizca más de diversión, pues eso: lo que hay hay y lo que está está.
Poco a poco durante cinco libros; armando el todo con las sombras de las partes; intuyendo más que viendo; haciendo una carta con los restos de cada banquete, se nos va dibujando Santa Teresa ciudad que se convierte en la verdadera protagonista de la historia. Todo acaba allí, todo empieza allí, aunque sea por caminos procelosos de principio de siglo, aunque sea de visita, aunque para ello tenga que empalar un militar rumano a una heredera rubia de la aristocracia centroeuropea con su polla desmedida bajo las catacumbas de Drácula. Todo acaba allí, en México.

¿Y si el tema fuera la violencia? ¿Y si Hitler, el boxeo, la guerra mundial, las envidias académicas y los asesinatos machistas no fueran sino la misma cosa? ¿el sexo violento, violentado las más de las veces, por varios orificios para más detalles, silencioso a veces, frenopático las otras, social en su mayoría, ligado al pozo oscuro en donde a dios y a sus santos se les rompen los miembros y se les defeca en su cara?
Reconozco que me gustan las secundarias del libro incluso a ratos me ponen un poco: la abogada de Klaus, la directora del psiquiátrico, la profesora Liz Norton y sus ganas de leer y follar, Ingeborg y la baronesa Von Zumpe. Todas ellas en la frontera difusa de la locura y la cordura; del hedonismo y el pensar. Esa frontera que marca los confines de los sueños y los deseos: el telón entre Rusia y Rumania; entre Sonora y Arizona, entre las pesadillas y el obituario de un diario de ciudad.
Cada muerta tiene un nombre, cada polvo un recuerdo, cada página doblada una mención a la literatura en todas sus formas, en todos sus roles: el lector, el estudioso, el escritor, el editor, el protagonista. Y una historia de la lucha social y la pobreza. Las maquiladoras, los niños hambrientos de postguerra, las colonias humildes en los extramuros de la ciudad podrida por la corrupción y el silencio consciente. La policía que un día se juega la vida, otro es cómplice de la mafia, el tercero se reúne en un bar para contar chistes machistas que enrojecen en medio de huesos hioides machacados y anos de adolescentes reventados en un análisis forense contado con toda crueldad.
No entendía el título hasta que leí al maestro NaN en un comentario en el blog de Di. Es el segundo tiempo del diablo 666 . La parte oscura y tenebrosa del siglo XX a través de muchas de sus fosas sépticas donde rezuma la mierda, la violencia y la falsa moral.
Si me preguntáis si me ha gustado os contestaré que no mucho, si me preguntáis si hay que leerla os contestaré que sí. Hay libros que hay que leer porque hay que opinarlos si eres de los que te gusta opinar. Para mi es un libro pesado, poco divertido, voluntariamente difuso, sobrecargado. Las partes prescindibles no compensan las de buena literatura que las hay; pero sin embargo huele a libro que se regurgita, que regresa; personajes de esos que van reviviendo con otras lecturas. Sus referencias constantes al mundo de Santa Teresa serán necesariamente uno de esos Macondos imprescindibles que dibujan el continente literario latinoamericano. Tened cuidado con empezarlo porque acabarlo se termina convirtiendo casi en una obsesión.