viernes, 26 de abril de 2019

Intensidad variable

Te escribo esta carta desde un paréntesis.
Qué decirte, ya sabes que estamos en esa edad confusa en la que vamos plegando el tiempo por mitades y dando el salto al otro lado del espejo. No puedo evitar verme filtrado por el tamiz que selecciona entre la felicidad, los recuerdos y verdades reflejadas por este juego distorsionador de  vidrios convexos. 
Te imagino congelando trocitos de aquel tiempo tranquilo donde habitaban los argumentos de nuestros sueños futuros. No sé por qué, pero entre esos momentos, siempre quedamos nosotros, el mar y aquel libro de cuentos que nos prestaba frases de amor. El mar de mayo frio y sediento, el ruido del oleaje en sosiego, leer a Garcia Marquez y a Barral juntos en la bocana del puerto y prometernos islas y conquistas rendidas al paso tibio del tiempo. 
A lo que me preguntas, quiero responderte que nunca es tarde, siempre queda tiempo, tiempo, siempre el tiempo que pasa, Y es que la vida va caracoleando incierta como cometa en el cielo; es verdad que ya no quedan barcas en la orilla y que la arena tras la tormenta esta planchada por el tractor del ayuntamiento, pero me niego, me niego a arriar las banderas y a soltar cabos para quedar a la deriva empujado por cualquier viento.
Y es que cada vez me acostumbro más a esta lentitud tranquila, cada vez me acostumbro más al silencio y a tu ausencia, incluso el sexo ha quedado resumido a autocaricias inspiradas por reconstrucciones de nuestros polvos de entonces, mezcladas con gifs de mujeres en twitter jadeando en blanco y negro. 
Ya sé que me embarullo, que a lo mejor no encuentras el hilo a lo que te cuento. Que no sabes si mi sí es no, o ahora no, o quizás luego. Por ahora solo te pido que dejes correr los dias. Mañana ya veremos.
Siempre tuyo.
Besos.

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