Leo con una mezcla de horror y
estupefacción el ascenso de Donald Trump a la candidatura de los eeuu. Y es que,
esa cosa etérea y peligrosa a la que se quiere llamar pueblo, esta siempre
cargada con varios kilos de goma2. Cuando alguien dice hablar en nombre del
pueblo me echo a temblar, no puedo evitarlo. No sé si decir como el poeta ¡Qué
lástima, que yo no pueda entonar con una voz engolada, esas brillantes
romanzas, a las glorias de la patria!
Y es que después de partirle la cara a Mariano, con no poca
razón, pero también con un mucho de inquina a derecha y a izquierda; después de
haber desdeñado su estilo sopazas y huidizo de conejillo atemorizado, me da un
poco de miedo la acción-reacción involucionista en nombre del pueblo tan propia
de este país al que aun llamamos España.
Echamos a Carlos IV cornudo y traidor, pusimos sordina a la
revolución de 1812 y adoptamos a Fernando VII con un grito lamentable de “vivan
las cadenas” resultando luego ser uno de los reyes más palurdos y tiranos de
nuestra historia. Quemamos a los republicanos de derechas que mal que bien
aceptaban la constitución del 31, jugamos a la elección anarcosocialista del 36
y de resultas de la contrarrevolución nos llevamos 40 años de caudillo arriba
España y curica de pescozón y tocamiento.
Y es que cuando alguien con pocos
votos se erige en salvador del pueblo, solo caben dos explicaciones: o el pueblo
es tan tonto que no sabe quien lo representa o su representante es tan tonto
que se cree que representa a quien no le ha dado mandato. Y eso al pueblo le
jode bastante, la verdad.
Y el pueblo, ese ente abstracto y
polimorfo, tiene mal perder y malas formas con los usurpadores de
representatividad. Y se rebota casi siempre de manera desmedida contra sus
falsos representantes y le da el tantarantán y lo mismo eligen a Donald Tremp que
a la niña Lepen que a Jesús Gil; lo mismo diputan a Ruiz Mateos que piensan que
un tipo como Mas es el defensor de Cataluña per sempre amics.
Así que, queridos políticos, no
descarten que ante el cabreo y ridículo que están generando, le de al pueblo
por hacer la gracia y votemos a la primer CUP de flequillo a serrucho con la
que nos topemos o por el otro lado mandemos a Imperioso al congreso y se haga
real la falsa historia de Pavía.
No consideren estas líneas como
un posicionamiento antipodemita del firmante (excusatio non petita...), ni me alineen en equipos que no
me han fichado (ni me querrían fichar de conocerme); tampoco lean aquí un
remake peninsular del poema de los bárbaros de kavafis (que atinadamente me descubrio
el sr NaN); solo es un acojone en voz alta, porque no me gustan ni Durruti, ni
el caudillo, ni Donald Trump.
Lo del Caudillo es explicable, porque una experiencia histórica de 40 años jutifican una reflexión (airada o genuflexa).
ResponderEliminarPero Durruti es un ejemplo por un lado del que existieron 6.743 (vale, acepto 6.741) por el otro: ¡Y ya es hora de mencionarlos al menos con su apellido, como haces con Durruti.
Pero al pobre Donald (no, el Pato no, el otro), ¿qué motivos hay para juzgarlo?
Ya solamente por su peinado, Donald Trump tendría que estar incapacitado para la cosa pública.
ResponderEliminarY si abre la boca es peor.
Lo acojonante es que cuanto más grande es la burrada que suelta, más crece en las encuestas. Él mismo debe de estar alucinando.
(Política de trincheras que aquí y allí es taaaaan peligrosa)
Por estos andurriales, es decir España (nación de naciones, estado español, Ejpaña, para quien le da urticaria la palabra)suelen decir algunos políticos desde el 20D que los electores no se han equivocado y que han mandado un mensaje claro. Ya.
ResponderEliminarTodo el mundo se puede equivocar incluso delante de una urna. Pobres estadounidenses si piensan que el hombre de la ensaimada les va a resolver sus problemas.
No me gustan Henry Kissinger, ni Mayor Zaragoza ni Pablo Iglesias.
ResponderEliminarA mi me gustan pocos, y aun los que no me desagradan mucho los quisiera bien vigilados. Ainsss qué hartura ;)
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