Aquilino Martín
conoció a Girondo en un burdel junto al malecón. Andaban buscando princesas y excusas para justificar su presencia allí, cuando unos seres extraños rebosantes de sonrisas y besos les saludaron al llegar. Al principio
creyeron que eran cronopios escapados de un libro de cortazar, pero al oírles
recitar poemas con tanto acierto y prestancia dedujeron que eran follamantes de
un poema de Salem. Aplazaron las
palabras y escondieron su desasosiego detrás de las sombras del local. Echaron
un Jackdaniels sin
hielo a la salud de las rimas y las
mujeres con alas y se adentraron en dilemas de difícil solución.
Después se
llenaron de aire y se difuminaron en azul. Un soplo de brisa suave les
subió a la habitación principal donde les esperaba, abierta de alma y piernas, una mujer de tulipan. Dembularon arriba y abajo, se recrearon en los pliegues de su sexo y se zambulleron
sin más pensar, en la profundidad húmeda y excitante de lo efímero y lo
desconocido.
Primero fue
Aquilino que noto, al irse yendo, como el estomago le daba vueltas y descendía
hasta su entrepierna una procesión de suspiros como abrazos. A Girondo, sin
embargo, todo le parecía un poema, y se recreo perfilando con su lengua un mapa de deseos hasta llenar su boca de una espuma dulce como una
nube de algodón. Las manos se multiplicaron
por cuatro, las caricias por seis y enlazaron sus cuerpos y los de
ella, en un enredo de a tres Mezclaron masturbaciones recíprocas, excursiones a lo profundo y
orgasmos de sidral, y se hicieron lluvia de otoño.
Cuando llego
la bajamar del deseo, se emborracharon de un silencio precedente y nostálgico y
justo cuando iban a dejar cada uno un billete de cincuenta rublos bajo la
almohada, a Aquilino le sacudió un golpe de tormenta, un zarandeo de olas, un
vaiven de vieneyva y abrió los ojos
deslumbrado y sorprendido.
Delante estaba
su compañera de oficina, que le regó con sus ojos azules y su mirada de más. “Aquilino
te has quedado mohíno” le dijo y Aquilino noto avergonzado como le había
crecido un inquilino en su pantalón durante la siesta y una ausencia al despertar y empezó a
recitar poemas sin ortodoxia como en el lado oscuro del corazón, más por hacer
tiempo que por volver a soñar.
La poesía es pura magia, sin duda
ResponderEliminarMuy bueno, vaya sueño tan precioso y poético.
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