Vivo en tiempos de extrañeza, de horas atrasadas y sed de blog. Miro lo que me rodea con ojos de niño chico, con la estupefacción primera que pinta nuestra adolescencia ante lo que no entendemos y que seguiremos sin entender cuando crezcamos y descubramos que simplemente no tenía sentido.
Quisiera escribir de mil temas y de ninguno. Miro a la izquierda de lo que leo y a la derecha de lo que trabajo buscando inspiración. Miro el espacio casposo que me rodea y sus partidas de trileros con cartas marcadas, escucho millones de palabras huecas retroiluminadas, efectistas que solo contribuyen a hacer aparente lo evidente. O sea nada.
Me gustaría tener un algoritmo que me intuyera con acierto como las daily mix del spotify, y que me dictara lo que corresponda cuando las musas sean solo una parada del metro naranja. Y es que este noviembre ha sido demasiado largo.
En muchas de estas tardes en las que la tibieza se hace princesa durante el interregno entre el invierno y el soponcio, me recreo pensando que esto de escribir solo hace lindero con la pedantería y el solipsismo, tan solo eso; y dejo de atribuirle poderes esotéricos ni vocaciones libertadoras que no tiene.
Y es que escribir en voz alta es tan solo la forma contemporánea de demandar besos como cuando entrabas en el bar a enrollarte con quien fuera tan solo para saberte o cuando ahora de mayor, vendes tus horas a cuarto y mitad para pagar el coche que te lleva al trabajo.
Miro la bajamar de estos días sentado en el malecón, imaginando igual que Ismael la parte acuática del mundo. Tanto la he repudiado que temo el tiempo en que la añore: ese tiempo en el que me pare ante tiendas de ataúdes soñando con cruzadas en países lejanos, ese tiempo en el que ande tan cabreado con el mundo que pisotee el bombin de adlateres que gastan su decencia en Fuerteventura en los yates de especuladores, proxenetas y vendedores de armas.
No veáis en estas líneas banderas blancas, tan solo cansancio. No veáis barcos hundidos tan solo sobrevivientes ilusionados con quemar los pecios de la nave vieja para hacer sardinas en islas desiertas.
Voy a coger aire, gritar fuerte, callar mas rato para que me deje el tiempo bastante para seguir escribiendo.
te pones de un intenso....
ResponderEliminarJajaja no me pongo, soy un intenso.
ResponderEliminarMe hacen mella tus duras palabras que me acusan unos días de intensidad y otros de tristeza.
Muaks
Como sólo escribo blogs aburridos, te dejo unas letras del abuelo (con permiso) Labordeta:
ResponderEliminarHe puesto sobre mi mesa
todas las banderas rotas
las que nos rompió la vida
la lluvia y la ventolera
de nuestra dura derrota.
Rota permanece aquella
que levantamos al cielo
pensando que la justicia
crecería como un vuelo
de gaviotas en el mar
y vimos cómo al final
sólo nos quedó el recuerdo
de un mástil desarbolado
y unos jirones de tela
rotos por el vendaval.
El artista emigrante
La primavera, la mente altera. Receta del abuelo: hay que tomar vitaminas en estas fechas.
ResponderEliminarAmigo, no hay más huevos
ResponderEliminar¡Se hace camino al bloguear!
Al publicar se hace camino
y si las musas no están
te buscas un nuevo algoritmo,
con más fuerza y otro ritmo
(y la gotica del pacharán)
Es curioso que me sienta y encuentre en casi todas tus frases, sin duda este noviembre ha sido demasiado largo y el sol de nuevo nos ha dejado.
ResponderEliminarUn saludo