sábado, 11 de enero de 2020

Una canción tranquila para una noche de niebla en Zaragoza.


La niebla esconde Zaragoza a la vida y la ralentiza hasta el tedio en las noches heladas de enero, como si nada fuera a suceder nunca, como si la vida se aletargara tras los visillos de las casas y los cristales empavonados.
Las calles se humedecen y un frio aderezado de viento se adhiere a la cara como una máscara de dolor y lágrimas. Parece mentira que en unos meses podamos de nuevo desnudarnos, parece increíble que en este valle sin otoños ni primaveras podamos hablar de nuevo sin salir vaho de nuestras palabras.
Allá por finales de febrero, se desbordará el rio y las vidas quedarán de nuevo anegadas de cotidianeidad y desidia. Empezará a salir un sol mentiroso que pintará de luz las mañanas enmarañadas de cierzo y escarcha.
Y cuando nadie lo espere, sin apenas tiempo para el trasunto, subiremos todos los abrigos a los trasteros donde quedarán dormidos como animales muertos; nos haremos más livianos, nos haremos más transparentes ya sin ropa y aunque seguirá sin pasar nada, el calor asfixiante inundará nuestro tedio y nuestra normalidad tranquila y nos pegará al suelo con el peso de la vida que se repite año tras año en estos yermos provincianos.

PS1-. La canción Acordes de Jazz es de Travis Birds un descubrimiento sensacional de este 2020 con la que me topé al escuchar un disco homenaje a las canciones de Sabina (hacen una version de 19 dias y 500 noches desternillante y excepcional con Benjamin Prado dandole la vuelta a la cancion de Sabina desde el punto de vista de la chica. Escuchadla!!)
PS2-. La foto es de mi cuñada no vaya a ser que me denuncie jejejeje!!
PS3-. Enlace a mi microlista de Travis Birds  en Spotify


miércoles, 8 de enero de 2020

El Director: David Jimenez en El lugar más (in) feliz de el Mundo


Cuando fui a escuchar a David Jiménez (El Director) a un encuentro de periodistas al que me habían invitado hace un par de meses la verdad es que no me cayó muy bien. Esto de caer bien o mal es algo que no es ni racional ni explicable, el hombre no hizo nada en especial que estuviera fuera de lugar y, es más, estuvo bastante amable con todo el mundo que se dirigió a él para firmarle el libro, pero no me cayó bien, qué le voy a hacer. El que la charla fuera un publirreportaje deslavazado y con pintas de poco preparado tampoco contribuyó mucho a mejorar la impresión. En fin, que todo llevaba a pensar más en una reunión de periodistas enfadados con ganas de vendetta que a la presentación de un libro. Por si esto fuera poco, se daba la circunstancia de que en el periódico de mi pueblo se acababa de producir un ERE con pintas más que similares a lo que se cuenta en el libro (no sé si estaba avisado) por lo que el ambiente se podía cortar con un cuchillo entre los presentes: por una parte curritos despedidos, por otra autónomos haciendo la crónica a duro la página y por otra directivos y exdirectivos en variada situación laboral tras los despidos.

Y todo esto me ha venido a la cabeza al leer El Director, no he podido evitarlo. Ya sé adorados lectores que esperáis de mí una sesuda divagación laudatoria en forma de reseña y no que me deje llevar por pasiones irreflexivas impropias de mi habitual mesura y genialidad en este blog, pero no he podido evitar ponerme en el lugar de los aludidos (y del resto de la redacción) cuando Jimenez llegó al puesto de director de El Mundo y pensar que a ellos igual que a mi, tampoco les calló muy bien Jimenez y su tono moralinas. Quizás influya que en la ONG en la que trabajo (nada que ver con el periodismo) se dan milimétricamente todos y cada uno de los roles que se describen en El Director y por ello me veía un tanto implicado y pensando que lo que él pinta como traumático se da en todos los sitios sin tanto lloro.

David Jimenez es un escritor que me gustó muchísimo con su magistral libro El lugar más feliz del mundo, una excelente reflexión sobre el ser humano a través de historias derivadas de su trabajo como corresponsal en Asia. (Si no lo habéis hecho, ya tardáis en pedírselo a los reyes magos). Por ello cuando escuché que lo habían nombrado director de El Mundo aplaudí con manos y orejas y me preparé para leer un periodico renovado que antes nunca había sido santo de mi devoción. Además, yo seguía con admiración desde hacía tiempo su brillante actividad bloguera memorable su artículo sobre la mediocridad, (pero también otros muchos) que me había generado altas expectativas de aquel buen periodista convertido en director.

La primera desilusión vino con Papel un suplemento absolutamente ilegible en fondo y forma que se inauguró con la entrega de unas gafas 3d de cartón (ósea más de lo mismo: se regala periódico al comprar juego de cucharas). La segunda su participación en las tertulias radiofónicas que fue absolutamente contraproducente, se destilaba constantemente una moraleja de superioridad moral frente al resto de contertulios como si él fuera el único incorruptible en la profesión de sátrapas que le rodeaba.(Además, era un chapas de cuidado).

Lamentablemente ese es el tono que se desprende durante todo el libro: el de superioridad moral despreciativa al resto de compañeros y la impresión de que a mucha gente (como me pasó a mi) no le cayó nada de bien al tratarlo de cerca. Esto no implica que no tenga razón en su denuncia y que no fuera cuasi heroica (o cuasisuicida) su postura ante los poderosos; no significa que el libro no esté muy bien escrito (que lo está) y que no sea destacable poner negro sobre blanco la corrupción mediática que existe… pero, esa distancia (quizás asiática?) con la profesión, esa borrachera de egocentrismo moralista, esa postura de curica de pescozón y esa falta de cercanía (dizque buscada) con el entorno, le llevaron a morir de soledad y a escribir un libro sobrado de bilis y carente de contacto con la realidad. 

Han sido muchas las alabanzas al libro (sumad también la mía), pero también la crítica. Prácticamente todas las que le han llovido van por el mismo camino. “bienvenido al mundo”, “de verdad no sabías todo eso al entrar ¿Dónde vivías?”, “nadie de la redacción te recuerda como alguien que hiciera algo distinto a lo que han hecho otros”, “no vayas de corresponsal pobre con tu mujer de delegada de grandes marcas de lujo en asia” y cosicas de este pelaje. Recuerdo una conversación con un periodista que lo fue del El Mundo: “toda la gente allí ponía a parir a Pedro jota pero con el tiempo todos los directores y jefes que han sido y serán quieren ser el pedro jota de las exclusivas y eso es imposible Para bien o para mal como él solo hay uno”.

Es un libro entretenido, está muy bien escrito, pero te queda la idea de decirle: “muchacho si quieres hacer tu periódico perfecto porque no creas el tuyo propio” No estoy seguro de que yo fuera el que pagara por él, sin embargo sí que lo haría por recuperar al escritor sensacional de  El lugar más feliz del mundo aunque perdiera al Director del Mundo.

PS_: Quien es quien en El director (aunque realmente, si como yo, no eres periodista no conoces más que a dos: Enlace  Otras opiniones durillas Enlace

lunes, 30 de diciembre de 2019

Este año me hubiera gustado escribir cien posts


Este año me hubiera gustado escribir cien posts de lo que ha pasado, de lo que he leído, de lo que he soñado. Me hubiera gustado acercarme sin complejos al teclado para dejar marcas que identifiquen claramente el 2019 cuando lo relea tras la bruma igualitaria de esta década cuarentesca. Me hubiera gustado, pero no lo he hecho.

Me hubiera gustado escribir sobre mi viaje estival por un Cádiz desconocido, bonito y sorprendente Un post mestizado que casara mi visión de tierra adentro con la visión mítica de Montero Glez en La huella jonda del héroe (libro que me leí entre esperas a mi familia y esos espacios de intimidad que son oro en cada viaje). Hubiera descrito mi caminata solitaria entre La Barrosa y el poblado viejo de Sancti Petri , el atardecer con una cerveza frente al mar al llegar al poblado, La peña delAtún en Barbate, el paseo en patinete con mi mujer y mis hijos, Vejer de novios, Cunil en familia mientras me canturreaba la canción de Quique Gonzalez, playas enormes con nombres sugerentes y Tarifa en la frontera. 

He escrito mucho de libros, bueno más bien de algunos libros (aun me autocomplazco y me satisfago onanistamente releyendo mis posts de Acción de Gracias y 2666) pero las más de las veces escribir de libros, de política o de historia solo ha sido una manera de procastinar y evitar hablar de la vida que pasa. Quizá porque pasa tanto que no pasa nada.

Pasa que aquellos niños que servían de excusa para mis relatos graciosetes ahora son un metro ochenta de adolescente lleno de dudas, necesidades de abrazos y amarras tensadas hasta lo imposible a partes iguales: la primera salida para el Pilar, las mentiras blandengues que no aguantan repregunta, la convivencia en bronca constante, la adhesión mano-movil, las discusiones madre-hijo pero también el inevitable reflejo distorsionado del adolescente que fuimos también nosotros y que intentamos olvidar. Todo ello se mezcla con la vida en constante burbujeo del pequeño, las demandas de mimos de las abuelas y el funambulismo laboral.

Y es que lo laboral se come la vida. El tiempo vital segregado, invadido, saturado por el trabajo y al mismo tiempo vacío (o a la espera) del que tanto he leído y del que tanto he hablado este año (Moruno, Chul Han, Graeber entre otros). Hay que tener un personaje bien construido para no saltar en pedazos mordido por la incertidumbre (o por la certidumbre de que nada cambiará que también hiere). Hay que tener la vida bien cimentada fuera para poder dar al trabajo todo el valor, pero también el valor justo que tiene. Las empresas son un nudo de intereses que enmarañan las relaciones personales disfrazadas de roles y salarios, nunca de justicia. Es una perdida de tiempo buscar culpables y hay una generación entera echada a la basura por caer en la trampa de creer que la sociedad nos debe algo por haber estudiado. Hace años que apuesto arriesgadamente por llevarme bien con el mayor número en el trabajo y me cago en la puta madre de los coach (disfrazados de curas o psicólogos) que incitan a la gente a ser uno mismo a fuerza de aislarlos de los demás. No entiendo pasar nueve horas de mi vida de mala cara. Llamadme iluso.

 
Hace diez años que escribo el blog y tres o cuatro que garabateo apuntes a lápiz en cuadernos de colores. Se entrelazan poemas con esquemas; reflexiones con notas de historia; frases y borradores de cuentos con vocación de colgarse algún día en un post. Este año solo unos pocos han subido y me da pena que otros se queden allí abortados y a medio hacer. No es una cuestión de recato, ni de que al haber perdido el anonimato cuente cosas que no deba (eso sinceramente me da ya igual), es simplemente la serenidad de sentarse y escribir. Solo se quita la pereza de escribir escribiendo, lo que sea, ya lo sé. En algún momento solo en algún momento, hay que leer menos y escribir más.