Paris es una ciudad gris y sobrevalorada, que siempre me ha dejado frío y mojado y alguna vez, incluso sin cartera. De Paris me gusta recordar la Sacre Coeur y Montmartre y los versos de Vallejo, recalentados por Labordeta, deseando morir en Paris un jueves bajo la lluvia, que ya son ganas.
Pero Paris, salvo que recuerdos futuros contribuyan a rehabilitarla en mi imaginario, estará para siempre pegada a aquel 10 de mayo de 1995 lejos de películas a medianoche y poetas achopados y cerca de la religión moderna futbolera que hace que remontemos nuestras devociones dominicales hacia procesiones más sinceras.
Aquel diez de mayo, en el Parque de los príncipes, no cabía una sola esdrújula. Por la mañana habíamos tomado en una suerte de comunismo etílico los Campos de Marte en donde se compartían vinos y viandas en una hermandad generosa que para sí hubieran querido los del 68. Y quizá, porque los zaragozanos la arena de playa la buscamos en Salou y en Calafell y no bajo los adoquines, preferimos sentarnos a la vera de un abuelo zaragocista que compartió con nosotros su sabiduría, pero sobre todo, un jamón cortado en lonchas de a dedo que recompuso nuestro estomago maltratado por quince horas de viaje. En justo reporte, le facilitamos al septuagenario unas magras con tomate que no sé de donde habían salido y que forjó ya entre nosotros una amistad indeleble matinal.
Por si algún lector de los territorios peninsulares colindantes, todavía no sabe de qué estoy hablando, me refiero a la final de la recopa entre Zaragoza y Arsenal de hoy hace veinte años, disputada en la France en aquel mayo francés de fin de siglo. Si, si, la del gol de nayim… bueno, es verdad, no voy a hacer spoiler y empecemos por el principio.
Éramos por aquel entonces jóvenes recien licenciados, con un papel recien estrenado en el bolsillo que llenaba nuestro futuro de ilusiones más que de conocimientos . Y como en la vieja disyuntiva alcohol/sexo nosotros generalmente optábamos por la primera (salvo cocodrileos sin importancia) éramos libres como el sol cuando amanece que recitaba el cantor. Esta libertad nos hacia propensos a los viajes religiosos. Es decir, hacíamos recorrido devoto por el santoral nacional: San Lorenzo, San Fermín, el angel… en busca de vinos que bendecir y vírgenes a las que adorar y junto a ello, seguidores de cualquier equipo patrio desde el baloncesto a la petanca que nos diera razón para viajar.
No quiere decir que el deporte no nos importara, ser abonado más de treinta años al Zaragoza, suponiendo que lo que allí se vea sea deporte, da fe de mi amor por los colores de mi equipo, pero digamos que no era lo más importante. Y así, tras una exitosa final de la copa del filopaquidermo en Madrid, exitosa tanto por el resultado como por haber regresado indemnes, que no siempre era normal, nos juramos a los pies del Calderon reencontrarnos en Paris en la irracional posibilidad de que el Zaragoza llegara a la final de la Recopa.
Pero los dioses, como siempre, se confabulan contra nosotros para llevarnos por el camino del mal y lejos de apartarnos de la tentación, hicieron realidad lo imposible consiguiendo de manera diabólica que el Zaragoza llegara a la final europea.
La organización resultó algo desordenada, ya que en un principio éramos seis y poco a poco fueron cayéndose miembros hasta acabar en dos. Esto, claro está, no hizo que rebajáramos nuestro avituallamiento sino que supuso un reto en forma de calimocho al tener que finiquitar para dos las cantidades de cinco. El segundo problema fue el del autobús, éramos “probes opositores e ignorantes picapleitos” y el avión era impensable, así que nos buscamos al azar un pueblo donde sobraran plazas de bus que comprar y pudiéramos mimetizarnos con los forofos del medio rural (nosotros somos mu roceros). A día de hoy, ninguno conseguimos recordar si eran de Lumpiaque, de Boquiñeni o de Pinseque. (a mi con estos pueblos me pasa como con las mariajoses y las mariajesus que siempre las equivoco ente si).
Hay que decir que de revisión de petate tuvimos a mi abuelo, que en paz descanse, que una vez más me aportó su conocimiento de la vida: Consuelo déjame a mi a ver que llevan estos jóvenes. “Con esa mierda de bocadillos no llegáis ni a la frontera” fue su primera crítica constructiva “Este calimocho esta muy flojo” fue su segunda y sabia aportación, así que como hizo Jesús en Canaán , procedió a acrecentar nuestros pauperrimos dos litros a fuerza de don simon, dando lugar a una cantidad que nunca fuimos capaces de precisar en un garrafón de plástico. A todo ello, sumó una tortilla de patata en una fiambrera de tamaño preconstitucional que empapo hasta el punto de saturación nuestra ingestión de líquidos.
Partimos a horas inconfesables de la madrugada, y enseguida, como era de esperar, confraternizamos con los titulares rurales de la expedición a fuerza de cantos, chascarrillos y otros entretenimientos; y una cosa llevo a la otra hasta el punto de generarse un vacío mnemotécnico en mi, creo que originado por espiritosos de origen agropecuario y legalidad indeterminada que en régimen de trueque habíamos conseguido de los munícipes precomarcales. Quizá por esto, el viaje de quince horas se me hizo nada y quizá por esto, llegamos con una tajada de general Palafox a la patria de Napoleón.
La mañana fue realmente de la que te hace diputado regional, todo bandericas cuatribarradas, jotas en cheso, cantos populares, amistad desaforada, y una suerte de confraternidad conspicua e interclasista llena de abrazos y besos con muchos de los que de habitual hubieras mandado a la mierda. En el culmen del paroxismo un tipo escaló al primer piso de la Torre Eiffel, que está alto de cojones, y colgó una bandera que hubiera movido el aragonesismo hasta de la Lola Flores. Unos cuantos gendarmes hicieron un par de carreras con algún desmandao, lo que daba a la performance un toque 68 muy mono y todos juntos como enfants de la patrie nos dirigimos, prietas las filas, sabiendo que “le jour de gloire est arrivé”.
Y allí que nos fuimos Carlos y un servidor a la zona Jeune que nos habían asignado en lo más alto del Parque de los Príncipes, allí donde los jugadores se ven con una grandeza tan minúscula que parece humanos, allí donde se veían miles de cabezas de espectadores, tan vacías por unas horas, que dan razón al futbol; allí hasta donde, a falta de quince segundos para el final de la prorroga, llegó un balonazo de Nayim desde centro del campo que cayó a guebo sobre la portería inglesa y Seaman más deslumbrado por los focos, que un gobernante en el poder, se tragó el balón y nos regaló a todos los presentes el orgullo impagable de poder contar a nuestro nietos que habíamos estado allí, que habíamos visto el gol de Nayim en directo, que estuvimos en Paris en la final de la recopa.
Epílogo: Después llegó la ventolera, la hojarasca que todo lo arrastra, enterramos a nuestros abuelos, diluimos nuestras amistades, suspendimos las oposiciones, tuvimos nuestros hijos, superamos la desidia de nuestra ciudad gusanera con nuestras pequeñas alegrías provincianas y al final, dia tras dia, hemos venido construyendo con presentes, futuros recuerdos, igual que hicimos aquella noche de mayo. Era miércoles y en Paris no llovía o al menos yo no lo recuerdo.
Hola. me gustaron mucho las palabras de tu epílogo... Es la vida misma con sus luces y sus sombras. Nada se detiene. Me divertí leyendo tu experiencia en Paris en esa jornada cuando el Zaragoza llegó a la final europea. Es una pena que hoy en día esté en Segunda División. Si te sirve de consuelo las veces que estuve en París siempre me llovió y hacía frío... eso sí, si vamos con la compañía adecuada es una ciudad muy romántica. Seguimos en contacto
ResponderEliminarEl gom de nayim es y sera un gol que paso a la historia por todo lo que representó y lo que supuso para cada uno.
ResponderEliminarPues pienso, como tú, que Paris está sobrevalorado... pero no es porque la ciudad no sea maravillosa, sino porque a los parisinos les ha dado por vivir allí y con su bordería congénita estropean cualquier posible alegría. Y Vallejo casi acertó, porque murió en un día de lluvia y viento que hizo que le cayera encima la rama de un árbol, pero fue en viernes (santo, para más señas). En cualquier caso, como escribió una: París es una ciudad que entra en octubre en una depresión de la que no sale hasta mayo. Quizá por eso los parisinos son tan... tan eso.
ResponderEliminarTu escabrosa mente libidinosa te hace confundir el maravilloso Mai-68 con el 69 (háztelo mirar).
Aparte del estupendo resumen epilogal de una vida, que muchos podría-n(-mos) firmar, me resulta muy tierna la aportación absolutamente necesaria del abuelo, y me parece muy mal esa costumbre de los amigos españoles que al llegar el momento se rajan.
Me has hecho pensar que en los años 50 había un taxi que paraba siempre en la plaza de mi casa, un Mercedes. Un jugador del Real Madrid que había competido en partidos europeos, con el dinero ahorrado al jubilarse del fútbol se compró un Mercedes en Alemania y se hizo taxista. ¡Qué tiempos aquellos, ¿verdad?! Pues el taxista, mi padre y tres amigos más se marcharon compartiendo gastos en el taxi a París, sin parar desde Alicante a París en aquel tiempo de horribles carreteras, para ver el partido y volverse enseguida (cuando fui mayor, pensando en ese viaje supuse que tras el partido se quedarían la noche por los barrios “bajos” y buscarían un hotelucho para dormir algunas horas y “reponer fuerzas”).
jajaja me paaaaarto, pero en que estaria yo pensando con el cambio numérico de mayo...
ResponderEliminarGraaaaaacias Sr NaN por la corrección y por la versión familiar del jamón jamón
Gracias Marta, estar en segunda es un placer ver a la Ponferradina y al Llagostera eso si que es amor al futbol.
ResponderEliminarY en buena compañía son románticos hasta lso barbechos de mi pueblo.
La ultima vez que estuve hasta me robaron la cartera y la verdad es que aun así disfruté un montón me lo enseñaron unos amigos que viven allí y vimos un montón de cosas preciosas... pero gris y frio es un rato!!!
Aquello, tienes razón el domingo estaba todo el mundo recordando donde estaba y quien era cuando nayim metio el gol
ResponderEliminarSr NaN mis suegros y un puñao de amigos se alquilaron un autobús y fueron persiguiendo a la seleccion española todo el mundial de italia.
ResponderEliminarY mi abuelo era un tipo muy divertido, mis amigos todavía lo recuerdan con el preparativo de nuestro calimocho mientras mi madre le decía "lo que les falta a estos que encima les animes a llevar más bebida"
Buenísima entrada.
ResponderEliminar¿Paris sobrevalorado?...¡anda ya!...
El último cuento de "Desencuentros" en París bien vale una misa.
ResponderEliminarPseudo,tu en Paris yo en Singapur...
ResponderEliminarMe voy raudo a leer tu recomendación.
He acabado Historias marginales de Sepúlveda que es una pequeña delicia. Hay que leerlo con el espiritu político en modo of o por lo menos en stand by, porque destiñe una barbaridad; pero ya sabemos cómo es nuestro amigo con una militancia que no conoce grados medios, pero en fin, también sabemos como somos nosotros: unos exclavos incondicionales de su prosa.
aunque somo mu esclavos mejor con s que con x
ResponderEliminar¡Qué joyica de relato!Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarEn cualquier caso a ti Paris te inspira, ¿eh? Te ha salido una prosa lírica que c'est magnifique
ResponderEliminarSi lees esto, escribeme al correo de mi perfil. Que he de hacerte una pregunta sobre una casualidad.
ResponderEliminarsaludos!