lunes, 17 de noviembre de 2025

No soy Enrique Vila-Matas... ni falta que hace. Un libro de Montero glez. Opinión y Crítica.

 

Así de repente (bueno la verdad es que mandé un sutil guasap como que había salido este libro a mi grupo familiar también llamado de "regaladores de libros") como digo "de repente" ha aparecido sobre mi mesilla la nueva y sensacional recopilación de artículos de mi idolatrado Montero Glez seleccionada, editada e indexada con maestría por Papelillo Editorial, recopilación que tiene el sugerente título (tocapelotas) de "No soy Enrique Vila-Matas" incidiendo una vez más en el desacato que le presta (mos) tanto don Roberto "el bueno" como un servidor a la petulante prelatura personal de Vila-Matas coincidente en muchas ocasiones con el terrible bolañismo de Roberto "el malo"  referente del intensismo impostado y babeliano en grado supremo. (De la reciente lista de los mejores cincuenta de los últimos cincuenta de El pais ya hablaremos).


Es un libro falsamente pequeño, (no voy a hablar en centímetros, por si la aclaración cuantitativa de lo pequeño pueda resultar ofensiva para algún sensible masculino) pero la cosa es que pequeño es. Y digo que es falsamente pequeño porque sin embargo es grandísimo y además expansivo, me explico: son cincuenta y cuatro artículos como si la dosis prescrita fuera uno por semana y no zamparselo de una sentada como estoy haciendo yo, pero el libro crece a través de sus citas y notas. 

Es una recopilación de artículos culturetas de Montero Glez. Músicas, películas referentes ochenteros, hagiografias de los santos a los que Montero presta adoración y una acumulación de referentes a la cara b de la movida madrileña que ya nos anticipó en La imagen secreta. Lo flamenco, versión ketamera, Pata negra, Raimundo amador y cosas así; todo ello aderezado con los orígenes del rock y el jazz extranjero. También imágenes con constantes referencias a Garcia-Alix como proveedor de rostros y recuerdos de una época y el cine quincarra no solo del sepia añejo sino del neo quinqui actual con joyas como Criando ratas de Carlos Salado que me he visto sin respirar.

Pero lo más importante, es que esta recopilación da una imagen de unidad que pocas veces logran los patchwords de artículos de cualquier autor. A pesar de jugar con una cierta nostalgia, es una fotografía general, poco idílica eso sí, de la época en donde muchos de los que practicaron el funambulismo como diversión  descubrieron al caer que no había red. No soy Enrique Vila-matas es un libro de historia a través de las historias de distintos personajes setenteros y ochenteros pero sobre todo es un libro muy bien escrito. Con la narración abierta en canal que solo algunos pueden convertir en estética como Montero (o el poeta tristemente recordado por mi, Pedro Andreu). Una recarga constante de adjetivos e imágenes que engalanan paradojicamente la pobreza que describe.

Hay que reconocer el trabajo de edición de Papelillo editorial. La selección que intuyo mano a mano con el escritor, pero también la indexación por nombres y referentes, el formato cómodo y manejable, la tipografía limpia que confiere el placer al leer. Igual yo hubiera añadido fotos o caratulas, pero imagino que el mercadillo de los derechos impide demasiado alarde, qué le vamos a hacer.

Leedlo, leedlo con un cuaderno aparte para tomar notas, con el spoty enchufado para oir discos desconocidos; con el flixole (a pesar de la súbita subida no os guardo rencor) y el yutuf en modo búsqueda y con la cabeza libre de prejuicios. Montero tiene su orientación política, lo sabemos y no la oculta, pero eso no convierte a sus artículos en panfletos, serian como mucho  alegatos libertarios contra toda verdad precocinada y la movida promovida como producto de marketing y en eso, también los que nos ubicamos a la derecha de Glez, estamos de acuerdo con él.

Leed este entretenimiento como leísteis El almanaque incendiario o La imagen secreta para disfrutar de la lectura y aprender de la historia (revisada y revisionista) que es la mejor manera de no volver a joderla.

 


 

Otras reseñas mías a libros de Montero Glez

Cuando la noche obliga

Polvora Negra

Carne de sirena

El carmin y la sangre

La vida secreta de Roberto Bolaño





martes, 11 de noviembre de 2025

Llámame pingüina Elena Laseca. Opinión y crítica: Aquellos inviernos de cada verano

Parece ser que los pingüinos recurren con frecuencia a la monogamia, encontrándose con la misma pareja cada temporada reproductiva. Sin embargo, pueden tener relaciones con otros durante el periodo entre temporadas o incluso en la misma temporada reproductiva. Es decir, lo que hemos hecho toda la vida pingüinos o no, los meses de verano con el rollico estival y las distintas concurrencias colaterales. Y esa es la ocurrente idea que ha encontrado Elena Laseca para escribir dos libros en uno: el de la pingüina estival y el de la pingüina de invierno que intenta con dificultad ser la misma.

Había unos veranos, esto lo cuento yo de mi mismo, en los que el discurrir del tiempo tomaba su propia vida: eran veranos inmensos, intensos e interminables, como si entre uno y el siguiente no hubiera invierno, como si el paréntesis perteneciera a otra vida. Y sin embargo en aquellos veranos, nos inventábamos entretiempos que hacían de nexo a nuestras superficiales vidas adolescentes.

Los veranos contados, por su parte a nuestros amigos de invierno, no eran verdad, por supuesto, no tenían por qué ser verdad, eran una identidad soñada, imaginada que tan solo podíamos envolver en realidad en aquellas conversaciones tibias y nocturnas a la orilla del mar engalanadas con salitre, brisas y miradas. Era una verdad incierta, sin duda, que se recreaba ajena a lo que pudiéramos saber los unos de los otros, un relato sin validación posible que representaba un baile entre tules sugerentes y enigmáticos.

Ese juego de medias verdades entre el verano y el invierno hace también de mundillo al juego de bolillos con el que nos entretiene Elena Laseca. La vida es contada verano a verano (o más bien invierno a invierno) a saltos de año. Por una parte, los veranos en Conil de la frontera junto al tal Ian, personaje nefasto del que luego hablaremos o no, y de otra los inviernos madrileños como una crónica personal e interesante primero de los ochenta y que va avanzando llegando al 2000.

Elena jalona los años invernales con episodios de la transición que recuerdo con una década de desfase (yo soy del 70 y por entonces tendría apenas siete o diez años) y lo sazona con recortes de periódico de la época mezcla de lo social y lo político. Es un relato un poco Cuéntame, no he visto ni un solo episodio de la serie, más bien diría This is us, aquí he visto todos pero es americana; También Los añosnuevos de mi querido Sorogoyen, y un poquito de It´s a sin; esto lo digo así de resbalón sin ganas de espoilear como hizo el premio de las letras aragonesas en la peor presentación de un libro que he visto en mi vida y que me ha obligado a retrasar la lectura hasta que he logrado olvidarme de todos los spoilers que contó para presentar la novela.

Como os decía, Llámame pingüina no es un libro sino dos: el uno interesante, invernal, lleno de recuerdos recreados y personajes reconocibles de los ochenta a través de una historia familiar en ese proceso de emancipación (y ya que hablamos de pajaricos: del intento de salir del nido). El otro el estival, en mi opinión perfectamente prescindible con independencia del gracioso símil de los pingüinos y su retorno recurrente al parejo follamigo a tiempo parcial (más bien fijo discontinuo).

El libro se me ha quedado escaso y excesivo a un tiempo. Excesivo en lo que afecta a Ian, tan intenso, tan misterioso, tan sobrante… en fin que le he pillado bastante manía. La edición no ayuda en esa necesidad de paginear constantemente con una letra tan grande y tan espaciada que hace de una hoja tres y que en su parte de Conil he ido empujando, a duras penas, para reencontrarme lo más pronto posible con el personaje de Candela en Madrid que sí que me ha atrapado.

Me encanta la manera de crear personajes de Elena, lo hace en La hija del italiano, lo hace en la colección de postales de Ropa tendida y lo hace aquí. Y digo que aquí se me hace escaso porque algunos personajes son a la vez apasionantes pero efímeros. Personajes que entran y se escapan a medio hacer. Me fastidia el tiempo que gasta en el pingüinismo del Kiwi y su vida presuntamente apasionante mientras demora un montón de hilos con los que podía seguir tejiendo el interesante relato de invierno.

Candela es un personaje entrañable, escrito en el estilo directo de Elena con pocas concesiones al barroquismo y muchas a la historia interior en el contexto de una época todavía por discutir. Leo desde hace tiempo un cierto ajuste de cuentas con la movida madrileña, no tanto un desprecio, como reconocer un desajuste entre los Almodovar con perricas en Panama y los que abandonaron este mundo con el brazo banderillado de heroína y el cerebro reseco para siempre. Y es que igual la movida y el sobrevalorado Tierno no fueron tan guays y los ochenta no fueron tan nuestros.

Aparece de nuevo, como en La hija del Italiano, el personaje de la tía, riquísima en matices aprovechables, en contraposición a los padres y hermanas en una vida media de clase media no por ello menos interesante. Candela se hace mayor a través de los desencantos como una transición no solo política sino también personal. Una transición al mismo tiempo prometedora y dolorosa como aquellos ochenta que yo viví entre algodones y la protagonista y otros en un funambulismo vital sin red.

Elena Laseca trae una vez más en Llamame pingüina una reivindicación de la mujer que crece y se va haciendo; una mujer que reivindica su libertad en un contexto poco favorable lejos de un idealismo  ochentero. Cerca de la lucha agridulce cotidiana de la mujer y lejos de la autofelación pinturera de la movida promovida por el ayuntamiento.

A mi entender, a Llámame pingüina le sobran páginas. Ian aporta poco y la maquetación menos. (Señores Imperium porfa, vuelvan al formato de la Hija). Sin embargo, es una lectura placentera que recuerda agradablemente a su anterior novela que tanto me gustó. No es ningún secreto decir que Elena Laseca es ya un referente en las letras aragonesas de los últimos años y que aunque en está novela hay cosas que me han gustado menos sigo considerándola una escritora a seguir.

Por cierto no os perdáis la banda sonora que alimenta toda la novela, está en spotify; (de la inclusión de la canción de Quique Gonzalez me siento orgullosamente un poco culpable pero no se lo digáis a nadie), os la pongo.

 


Otros posts que he escrito de libros de Elena Laseca:

Ropa Tendida

La hija del italiano