Hay cosas importantes de esas que rompen una vida y otras muchas, que no pasan de gilipolleces pero que nos tienen entretenidos y a vueltas durante un buen tiempo. En tanto que las primeras hacen quitarse el gorro y poner cara de contrición a quien se las cuentas, las segundas son esas pequeñas cosas que solo comprendemos nosotros mismos en el fondo más profundo de nuestra intimidad.
Cómo transmitir lo que te duele que alguien no te llame, que en tu grupo de amigos te hagan el vacío o que eyacules anticipadamente al primer roce. Tranquilos no van por ahí los tiros, por ahora me sigue llamando todo el mundo (a veces hasta de más), mi grupo de amigos me soporta a dura penas, a mi y a mis neurosis y mi vida sexual no por misionera me preocupa más allá de mi obligación de quejarme por parecerme siempre escasa independientemente de su abundancia.
La cosa viene por esos raptos de lo cotidiano, por esas exigencias intrascendentes de lo trivial y que te dejan exhausto y sin ganas de nada durante un tiempo. Entre todas ellas yo creo que las laborales se llevan en este sentido la palma. Todos sabemos decirle a un amigo la frase esa de que “solo es trabajo, peor sería que a tu madre le atropellara el tranvía”. Tampoco sería cierto que nadie me estruje en especial, y ni siquiera estoy viviendo esas presiones del entorno que se han caracterizado por conductas de bajeza humana tan propias de lo mediocre y lo mezquino.
Lo peor de la cosa es que las obligaciones me las he buscado yo solico, podría engañarme aludiendo a un alto concepto de la responsabilidad y del deber, o en mi manía de asumir lo que otros no asumen, pero la verdad es que a penas me engañaría. Bueno puede ser cierto que en estos meses haya salvado a mis jefes alguna bola de partido, pero tampoco ninguna que no se hubiera podido salvar de otra manera tiempo después o cuyas consecuencias acarrearan la muerte de niños indefensos en Burkina Faso.
Tras darle vueltas a la cabeza como la niña del exorcista he llegado a la conclusión, no indubitada, de que puede que esto sea otra de las consecuencias no tipificadas del cuarentismo que me envuelve. A saber: la tendencia desaforada a asumir retos que nadie te ha pedido como si de ti dependiera la salvación mundial.
Mientras esta patología se manifiesta en actos de trivialidad mundana la cosa esta controlada. Yo puedo correr la carrera de cinco kilómetros sin pestañear, nunca es tarde para matricularse en ingeniaría aeronáutica, si me lo propongo una noche de sábado ligo seguro (pillar en los outlets del ligoteo que abundan en nuestras ciudades bajo el tapadillo de bares de maduros no cuenta). El problema real es cuando estos retos te terminan comiendo la vida. Vaaaaale ya sé que esto me pasa porque soy un neurótico obsesivo, pero si se me mete una cosa entre ceja y ceja que por mis guebos lo saco me comprometo hasta la médula y aunque me cueste la salud, lo saco y ya está.
Me da igual que se me escojonen, que me digan que no voy a heredar la empresa, que esto lo hago por una inseguridad mal llevada,que por supuesto nadie me lo agradecerá ni con un euro de más…pero es que esto es otra cosa, no sé, pues eso, es más un reto de cuarentismo tipo tercer polvo seguido. Lo de menos es conseguirlo, lo de más intentarlo. Y si al final lo logras que te quiten lo bailao, y que te vas a tu casa más contento que chupilla tarareando a los inhumanos a voz en grito. Y sí, que si te sale mal te pegas la ostia pero que si te sale bien, por un instante te ríes del mundo.
Pues te lo has dicho todo tú.
ResponderEliminar¡Por supuesto! Final apoteósico. Porque te lo iba a decir, pero ya te lo has dicho tú todo.
ResponderEliminar¿Has comido lengua últimamente o qué?
Y qué bien escrito, leche...